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18 de febrero de 2014

La calumnia

por Valentín Carrera

Es curioso como tantas veces la realidad y la ficción se enredan sobre si mismas en una espiral interminable en la que ambas terminan confundiéndose. En esos casos, las grandes líneas se difuminan y sólo los matices, las sutilezas ofrecen la esencia de cada. Esa esencias que son las que perduran con el paso de los años.

La vida y la obra de Lillian Hellman es un poco así. Con elementos reales que parecen de ficción y elementos ficticios que sugieren un origen en la realidad. Pero es que, además, la relación de Hellman con el cine introduce un tercer elemento que lo vuelve todo más confuso. Lillian fue una escritora y dramaturga precoz. Inmersa siempre en un ambiente de relaciones y amistades literarias que le llevaron a sumergirse también en el Hollywood de los años 30. Así es como consolidó una sólida carrera literaria con constantes incursiones en el cine que se prolongó hasta la década de los 80.

En 1977, Fred Zinnemann llevó al cine una parte de su biografía de juventud en la película Julia, con Jane Fonda en el papel de la propia Lillian. Una cinta notable sin duda. Notable por su director. Notable por su guión, premio de la Academia al mejor adaptado. Y notable por sus interpretaciones. Tanto que Jason Robards y Vanessa Redgrave se llevaron los dos Oscars de reparto ese año. La poderosa interpretación de Vanessa quedó marcada, sin embargo, por un discurso de aceptación innecesariamente político que lastró su carrera durante años.

De nuevo estamos en la espiral. El compromiso político de Hellman también le trajo problemas a lo largo de su vida. Pero los contactos de la escritora con el cine se remontan a 40 años atrás, cuando William Wyler decide llevar al cine el primer éxito en teatro de la autora. Corre el año 1936 y Wyler decide, con la propia Lillian, dulcificar la historia que si podía haberse visto sobre las tablas con toda su carga. Esos tres convierte una historia de lesbianismo en una de infidelidad (tanto sexual como de amistad) para mantener la visión crítica sobre las reacciones sociales.

El resultado, aunque interesante, no fue satisfactorio y un cuarto de siglo después, ambos, director y autora, deciden meterle mano de nuevo a The Children?s Hour para devolverle su espíritu original. Y Wyler no escatima. Sobre todo en el reparto. Audrey Hepburn, en su último papel en una cinta en blanco y negro, y Shirley MacLaine, en su primer papel netamente dramático, ofrecen sus rostros a unos poderosísimos primeros planos que son la esencia, más que los diálogos, de esta película.

Curioso.


No podía haber escogido dos rostros más expresivos, cinematográficos, vitales, parlanchines para sus propósitos. Haciendo honor a esa máxima que dice que la cara es el espejo del alma, William Wyler va desnudándonos el alma de los distintos personajes en cada uno de los primeros planes. Algunos casi ofensivos. Y eso que comenzamos viendo la amplitud del Rancho Shadow donde transcurre lo esencial de la acción. El director nos guía con mano maestra por esa multitud de espacios abiertos pensados para la convivencia, para compartir, para socializarse diría ahora más de un cursi. Es como si Wyler nos estuviese indicando “fijaros bien porque lo que vamos a contar no tiene nada que ver con todo esto, amigos”.

Todo lo que tiene valor en esta historia está visto muy de cerca. Al microscopio. Todo con detalle. Como si no hubiese otra forma de diseccionar el alma humana. Ese alma que nos lleva a hacer amigos, a tener relaciones entre sexos, a tolerar a nuestra propia familia. Ese alma que en ocasiones es tan firme hacia fuera como quebradiza hacia adentro. Ese alma que nos lleva a seleccionar con quieres queremos relacionarnos y con quienes no.

Dominan, en esta historia, las almas femeninas. Poderosas, son ellas las que estructuran la propia sociedad en la que se desenvuelven. Desde lo menos importante, aparentemente, como es el internado de señoritas regentado por Martha y Karen, hasta lo nuclear, como las relaciones de las distintas familias que dan o quitan credenciales para moverse por la sociedad.


Los hombres son de pega. Van y vienen pero sólo hacen y deshacen al dictado de ellas. Son chóferes, son maridos que ejecutan los encargos, son repartidores, más interesados por los cotilleos de barrio. Intenta salirse de esos esquemas el pobre doctor Joe Cardin (probablemente James Garner es lo más flojo de la película, el que peor soporta esos primeros planos tan necesarios y fundamentales. El de gestualidad más maniquea), pero con poco éxito. Sólo una decisión tomará y rectificará el solito, cayendo en su propia trampa.

Curioso que una cinta tan cargada de tensión emocional (y sexual), el contacto físico sea tan liviano, casi inexistente. Y que las manos jueguen un papel tan secundario. Casi siempre entretenidas con quehaceres domésticos (la plancha, la aguja, el té,?), en posiciones formales (reposadas sobre las rodillas, entrelazadas, sosteniendo unos libros,?), o haciendo de barrera protectora, de parapeto, ante lo que está ocurriendo (no perdamos de vista las diversas formas de cruzar los brazos que adoptan los personajes, sobre todo Audrey y Shirley).

Todo es sutil y matizado en La Calumnia. Todo salvo la grosera mentira y la no menos grosera reacción que provoca. Sutil es el vestuario de Dorothy Jeakins, merecedor de una nominación a los Oscar. Jugando con los matices de grises para colorear el alma de los protagonistas a medida que avanza la trama. Modificando el corte y confección como parte del descenso a los infiernos de las protagonistas y dibujando la transformación de Martha de una forma sutil y refinada.

Sutil la fotografía de Franz Planer en su último trabajo. Con un blanco y negro que había descuidado durante 10 años pero al que supo sacarle partido. Tanto en las tonalidades como en la iluminación de las escenas de interior. Al principio vemos los colores del rancho, del parque, de la escuela. Poco a poco nos vamos quedando a oscuras. La mayor luminosidad no siempre está en el lugar adecuado y Planer nos lo subraya con una cierta sensación de irrealidad. Y la oscuridad interior de los personajes se proyecta con creciente insistencia hacia el exterior.

Y sutil es la dirección de William Wyler que venía de coronar su carrera con una obra tan poco sutil como Ben-Hur. Mayor valor, por lo tanto. Pasando de esos espacios máximos, abiertos, inabarcables, a las no menos inabarcables complejidades del alma humana. Llama la atención la capacidad de adaptación de este director, grande entre los grandes, que iba casi a película por año, todas estimables, todas diferentes, todas interesantes..., todas sutiles.

Tan sutil como la elección del reparto. En buena medida, sin duda, achacable a él aunque tuvo mucho que decir la no acreditada Lynn Stalmaster. Pero Wyler fue poniendo cada pieza en su sitio con mimo. Recurrió a las protagonistas de la primera versión para papeles secundarios. Miriam Hopkins, que había hecho el papel de Martha en 1936, se hizo cargo del de su tía Lily Mortar. Merle Oberon rechazó, en cambio, meterse en la piel de Amelia Tilford. Y Fay Bainter salió ganando con el cambio.


Mención especial merecen las dos pequeñas co-protagonistas. Karen Balkin lleva la maldad escrita en sus ojos. Esa maldad infantil que resulta tan natural como aterradora. Es esa misma maldad que caracteriza a las sociedades hipócritas, malcriadas, despóticas e infantiloides que nos caracterizan. Esas sociedades que se escandalizan, que sentencian sin juicio y que no saben pedir perdón y, mucho menos, reparar los problemas que han generado. Hay están buena parte de las lecciones de esta historia. Veronica Cartwright, en cambio, es capaz de trasladarnos el sentimiento de culpa escondiendo sus ojos. Un verdadero prodigio. Lo de menos es cuando rompe a llorar. Lo de más es la tensión inaguantable que transmite su rostro.

Con estos mimbres es difícil entender como La Calumnia no aparece en las recomendaciones del buen cine y después de unas cuantas revisiones, sólo me cabe decir que le ha perjudicado el tema tratado y la transparencia con la que lo trata. A nadie nos gusta que nos pongan delante un espejo en el que ver lo peor de nosotros mismos. Los pepito grillo están llamados a desaparecer o permanecer en un segundo plano en el mejor de los casos y William Wyler lo sienta a nuestro lado para compartir hora y 45 minutos de desnudo integral del alma humana. Demasiado.

Ese paseo final de Audrey Hepburn, con el rostro marcado por todo lo ocurrido, por todo lo vivido, por todo lo sufrido, ese rostro con el que se cierra la película (que no la historia), ese rostro merece estar en las antologías del cine. Dice más, ese plano, ese rostro, que la mayoría de las películas rodadas desde entonces.
  • La calumnia

  • Título original:
    The Children's Hour

  • Dirección:
    The Children's Hour

  • Año de producción:
    1961

  • Nacionalidad:
    USA

  • Duración:
    107

Valentín Carrera

Desde la República Independiente de El Bierzo me fui a Galicia y he terminado en Madrid. Estudié Periodismo, luego hice Políticas y acabo de terminar un posgrado en Community Manager y Social Media.

Desde hace casi 20 años trabajo en Telemadrid donde empecé de becario y ahora sigo como redactor (entre medias he sido redactor, editor de informativos, redactor jefe y subdirector de informativos y responsable de contenidos para Canal Metro). Me apasiona la tele, el periodismo y la política. Procuro estar al día en nuevas tecnologías, redes sociales y demás.

Hace un par de años que soy vocal de la Junta Directiva de la Academia de Televisión donde he tenido la suerte de participar en la Comisión Organizadora de El Debate de 2011 entre Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba y de dirigir las 2 últimas ceremonias de entrega de los Premios Iris.

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