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1 de febrero de 2017

La ciudad de las estrellas: La La Land

por Andrés Robles

Si tienen el sano hábito de frecuentar esta casa -cosa que les honra y les hace mejores personas-, conocerán sin duda la sección Pupila gustativa, ese certero cuestionario diseñado por nuestro Amado Líder que pulsa el paladar cinéfilo de los profesionales del sector. Allá por 2015, un servidor, que no es profesional de nada pero se le da de perlas aparentar, fue llamado a contestarlo, y vean, vean qué respondí sobre los nuevos talentos que no debían perderse de vista. Damien Chazelle acababa de estrenar Whiplash y yo ya estaba expectante por ver lo que haría a continuación. Parece que, por una vez, di en el clavo. Desde que se presentara en los festivales de Toronto y Venecia a principios de septiembre, el entusiasmo ha sido la nota común de todo aquel que ha visto lo último del estadounidense, y hasta un tipo rocoso como Carlos Boyero se ha deshecho en halagos ante la que es ya la película de la temporada.

A toro pasado puede parecer que La la land era una apuesta segura. ¿Qué podía fallar a la luz de su taquilla y su aluvión de nominaciones y premios? Bien, pues déjenme decirles: TODO. Para empezar, el musical es un género que no admite medias tintas. O lo amas o lo odias. O sueñas con arrancarte a cantar y bailar a las primeras de cambio o te enferma ver cómo los protagonistas de una secuencia ejecutan una coreografía aprendida por ciencia infusa sin venir a cuento. Además, este es un musical de los de siempre, que no recurre a grandes hits del Pop para conectar con un público masivo ni viene de Broadway con carta de recomendación. Por último y para más inri, en estos días en los que lo que mola es ser descreído, cínico y sarcástico, la cinta de Chazelle abraza la inocencia y está orgullosa de ser ingenua. Y, sin embargo, es precisamente ese tono tan fuera de época el que la hace triunfar. Pero ¿por qué?

El director ya demostró ser un deslumbrante narrador visual en Whiplash. Si por algo destacaba aquella historia arquetípica -cuántas veces habremos visto en pantalla al personaje de J.K. Simmons con mínimas variaciones-, era por su apabullante manera de filmar la música, por esa tensión continua que no estaba en la palabra sino en la imagen. Algo similar pasa en La la land. Su romance es muy poco original; su relato, esquemático e incluso torpe y tramposo al retratar los (pocos) conflictos que lo pueblan; y el metraje se resiente cuando, en el tramo medio, Chazelle olvida el género de su film y se esfuma por un momento la brillantez de su potente arranque -suerte que retome el brío en el maravilloso e impagable clímax final-. Pero todo ello queda en segundo plano porque cada fotograma está planteado con un mimo infinito y su mezcla de clasicismo y contemporaneidad destila personalidad y amor al cine.


El cacareado homenaje a los musicales de la época dorada no consiste en ambientar el film en aquellos años ni se limita a las incontables referencias a Melodías de Broadway, Grease, West Side Story o Un americano en París, sino que está en la propia puesta en escena de una cinta luminosa e ilusionada. Aquí no hay números en los que los actores parece que bailen por obra y gracia del montaje -sí, Richard Gere, estoy hablando de ti en Chicago aunque adore la película-. Tampoco hay buen rollito forzado a golpe de playback sacado de un fin de curso estudiantil -Sí, Meryl Streep y Pierce Brosnan, sois vosotros en ¡Mamma mia!, cuyo título alternativo debería ser ¡Vaya cuadro!-. Aquí el rey es el plano secuencia como lo era en Cantando bajo la lluvia o Sombrero de copa, y la magia no resulta impostada, sino que surge de esa cámara que deja respirar a las canciones y los pasos de claqué mientras fluye por decorados de colores saturados al más puro estilo del Hollywood clásico.

Suma también el casting. Emma Stone no hace nada que no le hayamos visto junto a Woody Allen, pero está sencillamente encantadora, que es de lo que se trata. Ryan Gosling no deja atrás su inexpresividad congénita, pero es el perfecto galán de hechuras impecables y sonrisa canalla, que es de lo que se trata. Ella canta y se mueve con gracia, él toca el piano con soltura, y ambos derrochan eso tan difícil de conseguir llamado química -piensen por un momento lo que habría resultado de haberse mantenido la idea inicial de dar sus papeles a Miles Teller y Emma Watson. A mí al menos me suben la tensión y los triglicéridos cada vez que lo imagino-.

Allá ustedes si tienen reparos con las peliculitas de cante o si se dejan arrastrar por los que odian por sistema todo lo que huela a optimismo. Allá si buscan en el relato una profundidad que a Chazelle no le interesa para nada. Yo sólo les digo que no está mal que, de vez en cuando, el cine nos haga soñar, y La la land consigue que uno quiera quedarse a vivir en ese sueño o, como poco, volver a entrar en la sala justo al acabar la proyección.
  • La ciudad de las estrellas: La La Land

  • Título original:
    La La Land

  • Dirección:
    La La Land

  • Año de producción:
    2016

  • Nacionalidad:
    USA

  • Duración:
    128

  • Género:
    Comedia dramática, musical, romance

  • Fecha de estreno en España:
    2017-01-13

Andrés Robles

Paisano de Lola Flores y Bertín Osborne - ahí es nada -, Andrés Robles nació el año en que Superman alzaba el vuelo en la gran pantalla. Asegura que uno de sus primeros recuerdos de infancia es la visión de una serpiente atravesando el tacón de Marion en el Pozo de las Almas y nunca ha entendido del todo qué le ve la gente a esa galaxia "muy, muy lejana".

Licenciado en Historia del Arte y especializado en Patrimonio y Gestión Cultural - tiene hasta un máster el muchacho -, dedica todas las horas que puede a esa pasión que comenzó en un cine de verano viendo a un arqueólogo con látigo y sombrero. Desde entonces no concibe una existencia sin salas oscuras y celuloide.

Como buen crítico de cine, nunca ha escrito ni dirigido nada, y se limita a destruir el trabajo que otros han realizado con toda su ilusión - a veces hace alguna reseña buena, pero son las menos -.

Habiendo conseguido fama, fortuna y gloria hablando de lo que no sabe en esta santa casa, sus próximos objetivos vitales son tener el pelazo de Carlos Pumares y la mala uva de Carlos Boyero.

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