treintaycincomilimetros

8 de junio de 2017

Pieles

por Andrés Robles

Comienzo estas líneas recordando la anécdota -seguramente apócrifa- que nos contaba la madre de un amigo en los lejanos años en los que ambos -el hijo y yo, claro- estábamos en plena preparación de la temida Selectividad. Relataba entonces la buena señora la peripecia de un compañero de bachillerato que, al ser requerido para definir el concepto de “riesgo” en un examen de filosofía, usó la cuatro carillas de las que disponía para escribir EL - RIESGO - ES - ESTO. Tan pancho se quedó el chaval como el profesor que no dudó en cascarle un diez por la valentía demostrada.

Lo ocurrido, ya digo, nunca me pareció digno de demasiado crédito, pero me sirve para reflexionar sobre lo que implica alejarse intencionadamente de cualquier posición acomodaticia. Aunque se esfume la golosa posibilidad de contentar a todos y es bastante probable que la aventura temeraria conduzca al más estrepitoso de los fracasos, cabe también la remota posibilidad de lograr una gloria vetada a los que no se apartan del sendero habitual.

De momento, y a falta del dictamen del público, Eduardo Casanova ha conseguido algo muy caro para nuestro cine: hacer ruido con una ópera prima. Mucho más que si se hubiera contentado en confiarlo todo a la fama de su pasado televisivo. Pero ¿hay algo detrás de ese barullo inicial, de esa intención de echar a andar saltando que es Pieles?

Mi respuesta, sin haber visto la cinta y ciñéndome sólo a lo que me llegaba de la Berlinale, era un rotundo “no”. Por lo general soy un tipo comedido y poco dado a las estridencias excepto cuando bebo -en esos casos no es difícil encontrarme el parecido con La Faraona-, y a punto estuve de entrar al pase con guantes de fregar los baños. Tal rechazo me provocaba la propuesta. Y si bien el miedo a ser confundido con la mamarracha de Lady Gaga me disuadió de la idea, mi pose condenatoria -brazos y piernas cruzadas, estudiada mueca de desdén, ceja en alto como buena mariquita mala- no me la quitaba nadie. Menudo soy.


Y en estas comienza la proyección y no puedo evitar sonreír triunfante. El rosa, el malva y la simetría que apelan a mi odiado Wes Anderson, la celebración morbosa de la extravagancia, lo escabroso como leitmotiv... Todo invita a pensar que esto va ser un circo que ni el Teatro Chino de Manolita Chen. Pero, ay de mí, poco a poco -y he aquí el mérito de Casanova- me voy acostumbrando a la deformidad física o ética; a esos personajes que el director trata con respeto y no con el afán provocador del que se le había acusado. Me relajo al ver que se preocupa por entenderlos y hacer que yo los entienda. Y por fin consigo atender al relato y no a la rareza de este tributo a los excluidos.

Esta vez la osadía no ha traído consigo el sobresaliente del temerario que les comentaba al principio. Las vidas cruzadas que pueblan el metraje no despiertan el mismo interés y el ritmo se resiente a veces, determinadas decisiones son convencionales al margen de la parafernalia, y el afán esteticista cansa y dispersa por más que el abuso de tonos pastel funcione por contraste y haga más llevadera la sordidez. Sin embargo hay algo fuera de toda duda: la libertad creadora de un realizador ajeno a reglas impuestas, cuya especial sensibilidad hace esperar mucho de lo que esté por venir. Por lo pronto no resultaría extraño ver a Pieles convertida en una pequeña obra de culto. Al tiempo.
  • Pieles

  • Título original:
    Pieles

  • Dirección:
    Pieles

  • Año de producción:
    2017

  • Nacionalidad:
    España

  • Duración:
    77

  • Género:
    Comedia, drama

  • Fecha de estreno en España:
    2017-06-08

Andrés Robles

Paisano de Lola Flores y Bertín Osborne - ahí es nada -, Andrés Robles nació el año en que Superman alzaba el vuelo en la gran pantalla. Asegura que uno de sus primeros recuerdos de infancia es la visión de una serpiente atravesando el tacón de Marion en el Pozo de las Almas y nunca ha entendido del todo qué le ve la gente a esa galaxia "muy, muy lejana".

Licenciado en Historia del Arte y especializado en Patrimonio y Gestión Cultural - tiene hasta un máster el muchacho -, dedica todas las horas que puede a esa pasión que comenzó en un cine de verano viendo a un arqueólogo con látigo y sombrero. Desde entonces no concibe una existencia sin salas oscuras y celuloide.

Como buen crítico de cine, nunca ha escrito ni dirigido nada, y se limita a destruir el trabajo que otros han realizado con toda su ilusión - a veces hace alguna reseña buena, pero son las menos -.

Habiendo conseguido fama, fortuna y gloria hablando de lo que no sabe en esta santa casa, sus próximos objetivos vitales son tener el pelazo de Carlos Pumares y la mala uva de Carlos Boyero.

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