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29 de mayo de 2015

A cambio de nada

por Andrés Robles

Hay historias que siempre funcionan por mucho que las hayamos visto mil veces. Relatos tan básicos que el espectador siempre acaba encontrando nexos de unión consigo mismo. El ascenso y posterior caída a los infiernos del héroe, el "chico conoce chica" de toda la vida, y por supuesto, el proceso de pudrimiento de una manzana en el extrarradio de una gran ciudad. Tal como hizo en el corto Sueños, el actor Daniel Guzmán, que reconoce haber sido una de esas manzanas, tira de autobiografía para contarnos por enésima vez una adolescencia traumática en su estreno como director de largometrajes.

Muy poco hay de nuevo en A cambio de nada, pero como suele ocurrir con el buen cine, cuando algo está bien narrado no importa demasiado lo que se narre. Lo verdaderamente remarcable de la gran triunfadora del pasado Festival de Málaga - allí consiguió la Biznaga de Oro, el Premio de la Crítica y los galardones al mejor director y el mejor actor de reparto - es la verdad que destila. Ni pretensiones, ni tremendismos, ni ñoñerías. Tan sólo una visión cercana y auténtica que logra ser emotiva precisamente por su sencillez.


Se ha comparado mucho la cinta con Barrio, y es cierto que ambas tienen multitud de puntos en común. Sin embargo no creo que Fernando León de Aranoa pueda considerarse una referencia directa. Mientras que al autor de Los lunes al sol o Princesas le suele pasar que parece que mire continuamente a sus personajes desde fuera y gusta de dotarlos de cierta poesía que a veces resulta impostada, la de Guzmán es una postura mucho más pegada a la calle. En este sentido, quizá su película apele de manera directa a la magnífica 7 vírgenes de Alberto Rodríguez, si bien el grado de conflictividad de su protagonista sea más cercano a las "travesuras" con consecuencias nefastas del Antoine Doinel de Los cuatrocientos golpes que a la marginalidad absoluta en la que vivían los personajes encarnados por Juan José Ballesta y Jesús Carroza.

Por otro lado, suele ocurrir con los intérpretes que al pasarse al otro lado de la cámara, resultan ser buenos directores de actores, y Guzmán no es una excepción. Su film se apoya en un acertado reparto, compuesto por veteranos y noveles a partes iguales, que funciona a las mil maravillas tanto si es analizado individualmente como si se hace en su conjunto. Sorprenden la naturalidad de Miguel Herrán y Antonio Bachiller y la ternura que desprende Antonia Guzmán - abuela del director que se embarca en la locura de su nieto con 93 años -, mientras que de Miguel Rellán o Luis Tosar sólo se puede decir que están tan bien como siempre, es decir, excepcionales.


Es una pena que el realizador patine en los últimos compases de su obra con un monólogo simplón, al que se le ven las costuras por contrastar con la ausencia de subrayados de todo lo anterior. Tampoco es de recibo que Guzmán no conceda la despedida que se merece al mejor personaje de su relato - esa Antonia que evoca en cierta manera a la entrañable Cándida de Guillermo Fesser -. Pese a ello, nada logra amargar el estupendo regusto que deja A cambio de nada, una de esas películas pequeñitas en las formas pero enormes en el fondo, que nadie debería perderse.
  • A cambio de nada

  • Título original:
    A cambio de nada

  • Dirección:
    A cambio de nada

  • Año de producción:
    2015

  • Nacionalidad:
    España

  • Duración:
    93

  • Género:
    Drama

  • Fecha de estreno en España:
    2015-05-08

Andrés Robles

Paisano de Lola Flores y Bertín Osborne - ahí es nada -, Andrés Robles nació el año en que Superman alzaba el vuelo en la gran pantalla. Asegura que uno de sus primeros recuerdos de infancia es la visión de una serpiente atravesando el tacón de Marion en el Pozo de las Almas y nunca ha entendido del todo qué le ve la gente a esa galaxia "muy, muy lejana".

Licenciado en Historia del Arte y especializado en Patrimonio y Gestión Cultural - tiene hasta un máster el muchacho -, dedica todas las horas que puede a esa pasión que comenzó en un cine de verano viendo a un arqueólogo con látigo y sombrero. Desde entonces no concibe una existencia sin salas oscuras y celuloide.

Como buen crítico de cine, nunca ha escrito ni dirigido nada, y se limita a destruir el trabajo que otros han realizado con toda su ilusión - a veces hace alguna reseña buena, pero son las menos -.

Habiendo conseguido fama, fortuna y gloria hablando de lo que no sabe en esta santa casa, sus próximos objetivos vitales son tener el pelazo de Carlos Pumares y la mala uva de Carlos Boyero.

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