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13 de marzo de 2015

El francotirador

por Andrés Robles

En alguna ocasión les he hablado de esa regla no escrita por la cual Woody Allen alterna, desde hace años y con pocas excepciones, una película buena y otra mala. Algo parecido le ocurre al también veterano Clint Eastwood, que gusta de estrenar por pares, conjugando en su sesión doble anual una obra menor con otra que nos recuerda porqué debemos rendirle pleitesía. Es por ello que cuando su escarceo con el musical en Jersey Boys no contentó a casi nadie, todos esperábamos como agua de mayo la llegada de su segundo trabajo de la temporada, máxime teniendo en cuenta el buen sabor de boca que nos había dejado su última incursión en el género bélico. Por desgracia, parece que esta vez la pauta no se ha cumplido, y con El francotirador - perdón por el chiste fácil - a Harry el Sucio le ha salido el tiro por la culata.


Basada en la autobiografía de Chris Kyle, soldado que ostenta el dudoso honor de haber perpetrado el mayor número de muertes en combate del ejército de los Estados Unidos, la cinta recoge las estancias del militar en territorio iraquí, a la vez que trata de profundizar en su personalidad a partir de distintos fragmentos desarrollados en suelo estadounidense. De entrada, buen material para hablar de la sinrazón de la guerra y sus consecuencias sobre los individuos, que a la postre acaba dando pocos frutos por una sencilla razón: a Eastwood, republicano confeso, Irak le pilla en caliente.

A diferencia de antaño, cuando el director se preocupó por resarcir a los japoneses tras Banderas de nuestros padres, en su nuevo film se posiciona sin cortapisas con un discurso maniqueo, que reserva para el bando contrario la crueldad y los pasajes más cruentos - con el rival y con los suyos - y no tiene reparos en contraponerlos a unas acciones estadounidenses medidísimas, asépticas y, por descontado, justificadas.


Soy consciente de que lo anterior puede resultar confuso y dejar entrever que condeno la cinta por razones políticas. Nada más lejos de mis intenciones. Aunque estoy en las antípodas de su planteamiento ideológico y me irrita su tufillo imperialista, soy de los que consideran que cada cual es muy libre de opinar como quiera, y que las películas deben ser valoradas por meritos propios y no por el mensaje que nos gustaría que lanzaran - El Padrino me fascina aunque no me parezca de recibo ir colocando cabezas de caballo en camas ajenas -. El problema es que aquí, lo sesgado de dicho mensaje, que hace suyas las palabras del padre del protagonista al reducir el mundo a ovejas, lobos y perros guardianes, y la simpleza de su tratamiento, acaban por dinamitar el conjunto.

El francotirador no funciona en ninguna de sus dos líneas argumentales. En las partes localizadas en Norteamérica, ni siquiera la notable actuación de Bradley Cooper, que le ha valido su tercera nominación consecutiva al Oscar - no estaría de más por cierto preguntarse qué le ha dado a la Academia con este chico -, salva la sensación de déjà vu. El duro entrenamiento militar, el estrés postraumático, la familia rota por lo vivido... Todo lo hemos visto mil veces, contado además de la misma manera. Y lo peor es que la cosa no mejora en los tramos bélicos -magníficamente rodados, eso sí-, en los que el desinterés y la deshumanización total del enemigo acercan peligrosamente la película al mundo del videojuego. Un conflicto armado que sólo tiene en cuenta al contrario en el indicador de puntuación de cada fase.


La Asociación de Amigos del Rifle y los aficionados a Call of Duty saldrán del cine encantados con este manual del buen americano, pero, al menos yo, eché continuamente en falta un reverso a lo Cartas desde Iwo Jima, y me pasé todo el metraje como Kyle ante su gatillo: sin sentir ni padecer.
  • El francotirador

  • Título original:
    American sniper

  • Dirección:
    American sniper

  • Año de producción:
    2014

  • Nacionalidad:
    USA

  • Duración:
    134

  • Fecha de estreno en España:
    2015-02-20

Andrés Robles

Paisano de Lola Flores y Bertín Osborne - ahí es nada -, Andrés Robles nació el año en que Superman alzaba el vuelo en la gran pantalla. Asegura que uno de sus primeros recuerdos de infancia es la visión de una serpiente atravesando el tacón de Marion en el Pozo de las Almas y nunca ha entendido del todo qué le ve la gente a esa galaxia "muy, muy lejana".

Licenciado en Historia del Arte y especializado en Patrimonio y Gestión Cultural - tiene hasta un máster el muchacho -, dedica todas las horas que puede a esa pasión que comenzó en un cine de verano viendo a un arqueólogo con látigo y sombrero. Desde entonces no concibe una existencia sin salas oscuras y celuloide.

Como buen crítico de cine, nunca ha escrito ni dirigido nada, y se limita a destruir el trabajo que otros han realizado con toda su ilusión - a veces hace alguna reseña buena, pero son las menos -.

Habiendo conseguido fama, fortuna y gloria hablando de lo que no sabe en esta santa casa, sus próximos objetivos vitales son tener el pelazo de Carlos Pumares y la mala uva de Carlos Boyero.

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