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19 de junio de 2015

Jurassic World

por Andrés Robles

1993 lo cambió todo. Ese año nacieron el merchandising y blockbuster tal y como los conocemos hoy día. Ese año los aficionados a la paleontología dejaron de formar parte del grupo que hasta entonces compartían con los amantes de la filatelia y la numismática - esto es, el de los empollones raritos, susceptibles de ser hostiados en el cole - para convertirse en los reyes de mambo. Ese año la industria del entretenimiento visual rompía un techo de cristal y alcanzaba su cénit, mostrándonos lo imposible.

Todos sentimos entonces el mismo asombro que debieron experimentar esos primeros espectadores a los que los hermanos Lumière les arrojaban un tren a la cara. La misma sensación de estar viendo algo mágico, colosal, a años luz de cualquier cosa vivida hasta la fecha. Los acordes de John Williams comenzaban a sonar, el plano se abría y nos quedábamos tan boquiabiertos como Alan Grant y Ellie Sattler al ver un braquiosaurio gigantesco paciendo a sus anchas de la copa de un árbol. Esto no eran las entrañables figuritas de Harryhausen. Esto era real. Parque Jurásico abría sus puertas para revelar que había llegado el momento en el que cualquier cosa era factible en una pantalla.


En 1993 la dinomanía se desataba, contagiando con virulencia a toda una generación.

Por ello no es de extrañar que las hordas de fans esperáramos Jurassic World (Colin Trevorrow. Estados Unidos, 2015) con las antorchas encendidas y las horcas bien afiladas. Finalmente la sangre no ha llegado al río. La criatura de Frankenstein ha salido airosa y los aldeanos respiramos tranquilos. Consciente de lo que se le venía encima y a sabiendas de que al público actual le queda ya muy poca capacidad de sorpresa, el film no juega tanto la baza del espectáculo como la de la nostalgia. Y acierta de pleno. En este sentido, sus responsables prueban ser mucho más inteligentes que el personaje de Bryce Dallas Howard, afanada en captar visitantes a golpe de novedad -por cierto que me pasé toda la película pensando cómo habían conseguido afear a Jessica Chastain, y aún lo estaría haciendo si un alma caritativa encarnada en compañero de trabajo no me hubiera explicado que no era esa actriz sino su marca blanca -.


En vez de optar por la vía pirotécnica y aunque no renuncie del todo a ella, el nuevo parque es mucho más un tributo casi reverencial al legado de papá Spielberg. Tanto que a veces uno se plantea si está ante una secuela o ante un remake. Todo el metraje está salpicado de guiños al original, tan bien paridos que con el primero de ellos a un servidor se le saltaron las lágrimas - así soy yo, un sentimental antediluviano -. Y es muy sintomático de esa pleitesía que Michael Giacchino relegue a un segundo plano su partitura para dar total protagonismo al tema principal del maestro Williams. Pero la película no se contenta sólo con el homenaje.

Una vez más, demuestra conocer bien a su auditorio, olvidando intencionadamente la existencia de la irregular El mundo perdido y la nefasta Parque Jurásico III, pertrechando una continuidad argumental sin parangón en la saga y erigiéndose como la única y verdadera sucesora del sueño de John Hammond.

Qué más da que las motivaciones del malo humano no haya por donde cogerlas. Qué importa que todos los personajes, con la excepción del de Chris Pratt, cada vez más cerca de ser el aventurero definitivo del siglo XXI, sean de cartón piedra - no nos engañemos. Tampoco es que los de la primera estuvieran escritos por Aaron Sorkin -. A quién le preocupa que el chaval protagonista esté sacado de la máquina de hacer niños de Amblin y tenga el mismo conflicto que los infantes ochenteros, cuando ahora frente a un divorcio lo normal es que se planteara si pedirle el iPad a papi o a mami. Todo eso es secundario porque Jurassic World no es esa película.


Reconozcámoslo. Íbamos a cuchillo y nos hemos quedado con un palmo de narices al encontrarnos, no sólo con la que de lejos es la mejor secuela jurásica - no era difícil -, también con un entretenimiento de primer orden, consecuente y respetuoso con sus orígenes. No llega por supuesto a su nivel - esa planificación perfecta, esas secuencias icónicas y esa exquisita violencia, desparecida aquí por completo, no están al alcance de cualquiera -, pero puede mirar sin avergonzarse al parque temático más descabellado, espectacular y prodigioso jamás creado.

Posdata: ahora pongan de su parte. Tarareen la fanfarria de Williams, bramen como el T-Rex y fundan a negro.
  • Jurassic World

  • Título original:
    Jurassic World

  • Dirección:
    Jurassic World

  • Año de producción:
    2015

  • Nacionalidad:
    USA

  • Duración:
    124

  • Género:
    Ciencia-ficción, aventuras

  • Fecha de estreno en España:
    2015-06-12

Andrés Robles

Paisano de Lola Flores y Bertín Osborne - ahí es nada -, Andrés Robles nació el año en que Superman alzaba el vuelo en la gran pantalla. Asegura que uno de sus primeros recuerdos de infancia es la visión de una serpiente atravesando el tacón de Marion en el Pozo de las Almas y nunca ha entendido del todo qué le ve la gente a esa galaxia "muy, muy lejana".

Licenciado en Historia del Arte y especializado en Patrimonio y Gestión Cultural - tiene hasta un máster el muchacho -, dedica todas las horas que puede a esa pasión que comenzó en un cine de verano viendo a un arqueólogo con látigo y sombrero. Desde entonces no concibe una existencia sin salas oscuras y celuloide.

Como buen crítico de cine, nunca ha escrito ni dirigido nada, y se limita a destruir el trabajo que otros han realizado con toda su ilusión - a veces hace alguna reseña buena, pero son las menos -.

Habiendo conseguido fama, fortuna y gloria hablando de lo que no sabe en esta santa casa, sus próximos objetivos vitales son tener el pelazo de Carlos Pumares y la mala uva de Carlos Boyero.

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