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18 de febrero de 2016

La gran apuesta

por Andrés Robles

Ahora que todo acabó, que los brotes verdes han dado paso a frutos maduros y jugosos y volvemos a vivir en la casa de gominola de la calle de la piruleta, puede que ya no lo recuerden amiguitos, pero hubo unos años en los que la crisis hizo tambalearse al mundo y los curritos de a pie perdimos no pocos de los derechos que nuestros padres, madres y abuelos habían logrado tras décadas de duro trabajo.

Merecido lo tuvimos. Fue el justo precio de vivir por encima de nuestras posibilidades. De pedirles a unos Reyes Magos transmutados en honorables banqueros, mansiones y yates desde los que exhibir nuestra bonanza. 2008 nos trajo nuestro castigo y desde entonces los Melchores, Gaspares y Baltasares de Lehman Brothers y compañía han visto recompensada su bondad, no ya librándose de esas confortables habitaciones con barrotes a un lado, sino aumentando sus ganancias a costa de la desgracia ajena.

Adaptando la obra del periodista económico Michael Lewis y optando a unos Oscars que esta edición parecen estar de capa caída -menos mal que tenemos a Imperator Furiosa para dar algo de lustre al eunuco dorado-, La gran apuesta (Adam McKay. Estados Unidos, 2016) describe el origen de aquellos lodos; los tejemanejes de unos polvos con forma de burbuja inmobiliaria -disculpen si con tanta perífrasis parezco una política manchega, amante de indemnizaciones en diferido-, que dieron al traste con la economía mundial.


Inside job aligerado en su paso a la ficción o Lobo de Wall Street sin cocaína -ni en pantalla, ni para el equipo-, esta comedia cínica y bastante más reposada que la de Scorsese cuenta con un estilo visual y juguetón que se agradece, un montaje dinámico que hace más llevadero su holgado metraje y un reparto de relumbrón que cumple con creces por más que sus roles no tengan demasiado calado y sean simples vehículos al servicio de la historia. Sin embargo y pese a su buen pulso, es tal el galimatías que relata, tal la profusión de datos farragosos, que al menos un servidor no pudo por más que sentirse abrumado -sospecho que esa era la intención- y acabó desconectando por momentos.

Y miren que McKay y los suyos se esfuerzan por ser pedagógicos, marcándose un Economía para dummies con la jerga financiera, pero ni así. Puede que el problema lo tenga sólo yo, que padezco migrañas con los números de más de dos cifras, urticaria con todo lo que huela a papeleo, y que nunca he pisado el despacho de un notario ni la oficina de un director de sucursal bancaria -Dios me libre-, pero reconozco haber salido del cine sin saber muy bien si los protagonistas -unos espabilados con más paciencia que el resto, cuyo objetivo no era airear la mierda sino sacar tajada de ella- ganaron, perdieron o se quedaron como estaban.

En cualquier caso tampoco importa demasiado. Una cosa queda meridianamente clara bajo el barullo de índices bursátiles y productos financieros que en el fondo no son más que la letra pequeña del contrato: los de abajo, esos que según un señor con plasma y barba bicolor volvemos a atar los perros con longanizas, pringamos y pringaremos por los siglos de los siglos. Amén.
  • La gran apuesta

  • Título original:
    The Big Short

  • Dirección:
    The Big Short

  • Año de producción:
    2015

  • Nacionalidad:
    Estados Unidos

  • Duración:
    130

  • Género:
    Drama

  • Fecha de estreno en España:
    2016-01-22

Andrés Robles

Paisano de Lola Flores y Bertín Osborne - ahí es nada -, Andrés Robles nació el año en que Superman alzaba el vuelo en la gran pantalla. Asegura que uno de sus primeros recuerdos de infancia es la visión de una serpiente atravesando el tacón de Marion en el Pozo de las Almas y nunca ha entendido del todo qué le ve la gente a esa galaxia "muy, muy lejana".

Licenciado en Historia del Arte y especializado en Patrimonio y Gestión Cultural - tiene hasta un máster el muchacho -, dedica todas las horas que puede a esa pasión que comenzó en un cine de verano viendo a un arqueólogo con látigo y sombrero. Desde entonces no concibe una existencia sin salas oscuras y celuloide.

Como buen crítico de cine, nunca ha escrito ni dirigido nada, y se limita a destruir el trabajo que otros han realizado con toda su ilusión - a veces hace alguna reseña buena, pero son las menos -.

Habiendo conseguido fama, fortuna y gloria hablando de lo que no sabe en esta santa casa, sus próximos objetivos vitales son tener el pelazo de Carlos Pumares y la mala uva de Carlos Boyero.

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