En una época en la que el descrédito de la clase política es cada vez mayor, el veterano Bertrand Tavernier nos propone el sano ejercicio de reírnos de ella durante los 113 minutos que dura su último filme: Quai d'Orsay (Francia, 2013). Para ello ha decidido adaptar el cómic homónimo de Lanzac & Blamin que a su vez tomaba como base la figura de Dominique de Villepin, el que fuera principal rival conservador del ex presidente francés Nicolas Sarkozy.

La cinta competía por la Concha de Oro en la 61 edición del Zinemaldia, festival que no le es ajeno al francés, ya que allí estuvo con Capitán Conan en 1996, con Hoy empieza todo en 1999, e incluso fue objeto de una retrospectiva ese mismo año. Quai d'Orsay, que ha acabado alzándose con un merecido premio al mejor guión, narra los avatares de Arthur Vlaminck -Raphaël Personnaz (Anna Karenina, 2012)-, un joven que comienza a trabajar en el Ministerio de Asuntos Exteriores como redactor de los discursos del ministro Alexandre Taillard de Vorms -Thierry Lhermitte (La cena de los idiotas, 1998)-. La tarea no le resultará nada sencilla habida cuenta del carácter volátil y de las ínfulas de grandeza del político, con un comportamiento que responde más al de un monarca absoluto, caprichoso y con un punto de demencia. No suficiente con eso, Arthur tendrá que hacer frente, además, a un batallón de compañeros con tendencia a la puñalada trapera y a una serie de filósofos y poetas dispuestos a "enriquecer" sus textos.


A partir de estos elementos y con tono de sátira despiadada, Tavernier se ceba con el político protagonista, cuya caricatura salvaje es el pilar central de la película y el detonante de las risas -e incluso alguna puntual carcajada- que a buen seguro asaltarán al espectador. Y es que, aunque a priori ni el argumento ni la producción habitual del director induzcan a pensarlo, Quai d'Orsay es realmente graciosa.

A ello contribuyen sin duda un Lhermitte en estado de gracia que incluso luce cierto parecido físico con Villepin, y su contraposición con Personnaz en su papel de novato perplejo por el funcionamiento de ese ministerio cuyo día a día le suele venir grande. La cordura vendrá de la mano de Niels Arestrup como Claude Maupas, verdadero 'apagafuegos' del cotarro al que el actor sabe imprimir el cansancio y la experiencia de un perro viejo.

Situaciones surrealistas que dan ganas de abofetear al ministro, diálogos con un ritmo endiablado, y determinados gags que funcionan gracias a la repetición constante -esos pisotones de tiranosaurio que hacen volar papeles y descolgar puertas- conforman un fresco político en el que, reconociendo desconocer el cómic original, se eche en falta quizá algo más de mala baba al tratar la burocracia absurda y a una casta que, no por necesaria, nos resulta menos odiosa. Por lo demás, una película genial con la que pasar un rato muy divertido.