crónica

29.09.2016

Concheando. Crónicas desde San Sebastián. Balance y palmarés

por Andrés Robles

Las tradiciones se respetan

Crítico con experiencia demostrable en perderse Conchas de Oro se ofrece a directores y productores para garantizar su éxito en el palmarés. Razón aquí.

Disculpen que haya comenzado de una manera tan extraña, pero viendo el filón, no podía dejar pasar la oportunidad de publicitarme. La tradición se ha vuelto a cumplir. Por tercer año consecutivo -y tal como vaticiné en la crónica del 21 de septiembre- me he ido del Zinemaldia sin haber visto la cinta galardonada con el premio gordo, I am not Madame Bovary. Ya es mala idea, porque, además de otras tantas de secciones paralelas, he acudido a los pases de DIECISÉIS de las DIECISIETE películas a competición... Rebordinos, te he pillado. Jubila ya al pavo que me espía durante la semana porque yo tiro la toalla.

Más allá de este hecho del todo previsible, la sexagésimo cuarta edición del Festival de San Sebastián ha estado algo por encima de la anterior. Han habido desde luego films cuya presencia en Sección Oficial no parece demasiado justificada -La fille de Brest o The oath-, pero no tanto por su calidad en sí sino por tratarse de propuestas más o menos convencionales bien por argumento, bien por ejecución.

Por suerte este año no hemos tenido ningún fiasco preocupante -ni si quiera tú, Ewan, por más que American pastoral se te haya ido de las manos-, y sí algún que otro film más que interesante. Gustó mucho Lady Macbeth -Premio FIPRESCI- y, con bastante más controversia, convencieron Nocturama y Playground. Curiosamente las tres han sido totalmente ignoradas por el jurado presidido por Bille August -estaban, ya digo, más por ver que hacía yo y debieron enterarse que mi favorita para un galardón del que no ha visto ni las migas era la tercera-.


Sin querer ser chovinista, la selección española ha vuelto a rayar a gran altura, demostrando a la vez que el cine "de género" goza de muy buena salud dentro de nuestras fronteras. Los thrillers de Alberto Rodríguez -El hombre de las mil caras- y Rodrigo Sorogoyen -Que Dios nos perdone- han logrado el consenso casi unánime de crítica y público, mientras que la fantasía con sustancia de J.A. Bayona -Un monstruo viene a verme- ha desarmado a los más duros del lugar. Algo por debajo han estado Jonás Trueba -La reconquista- y Nacho Vigalondo -Colossal-, un tipo cuyas disparatadas premisas siguen teniendo difícil encaje en el desarrollo de un largo aunque no por ello deba dejar de reconocerse su valentía y libertad como creador.

De premiados y ausentes

En cuanto al dictamen de August y los suyos, esta edición no ha habido cabreo generalizado pese a que a mí se me quedara la boca como la del rape que estaba cenando cuando se hizo público.

Como ya he dicho -y una nueva lagrimita cae por mi mejilla-, la gran triunfadora ha sido la china I am not Madame Bovary de Xiaogang Feng, Concha de Oro y Mejor Actriz para Fan Bingbing, mientras que los premios especiales del jurado han ido a parar a la plúmbea El invierno (Emiliano Torres. Argentina - Francia), ganadora también de la Mejor Fotografía, y la desigual The giant (Johannes Nyholm. Suecia - Dinamarca).

En la categoría de director duele no ver compensado el estilazo de Alberto Rodríguez en beneficio de Hong Sangsoo y Yourself and yours -distribuidores españoles, háganme feliz y tradúzcanla como Lo tuyo y lo de tu prima. Gracias-. Por fortuna, El hombre de las mil caras no se ha ido de vacío y ha logrado el galardón al Mejor Actor -un incontestable Eduard Fernández, pese a que mi favorito era Roberto Álamo- y el Premio FEROZ Zinemaldia.

Por último, el mejor guión ha ido a parar a Que Dios nos perdone. Decisión sorprendente, teniendo en cuenta que quizá sea ese el elemento más endeble por tramposo del estupendo film de Sorogoyen.

Y hasta aquí lo que se daba. Se acabó eso de estar todo el día de cine en cine y de pintxo en pintxo. Me despido ya que me reclaman en Cannes para NO ver la próxima Palma de Oro. Au revoir.

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Andrés Robles

Paisano de Lola Flores y Bertín Osborne - ahí es nada -, Andrés Robles nació el año en que Superman alzaba el vuelo en la gran pantalla. Asegura que uno de sus primeros recuerdos de infancia es la visión de una serpiente atravesando el tacón de Marion en el Pozo de las Almas y nunca ha entendido del todo qué le ve la gente a esa galaxia "muy, muy lejana".

Licenciado en Historia del Arte y especializado en Patrimonio y Gestión Cultural - tiene hasta un máster el muchacho -, dedica todas las horas que puede a esa pasión que comenzó en un cine de verano viendo a un arqueólogo con látigo y sombrero. Desde entonces no concibe una existencia sin salas oscuras y celuloide.

Como buen crítico de cine, nunca ha escrito ni dirigido nada, y se limita a destruir el trabajo que otros han realizado con toda su ilusión - a veces hace alguna reseña buena, pero son las menos -.

Habiendo conseguido fama, fortuna y gloria hablando de lo que no sabe en esta santa casa, sus próximos objetivos vitales son tener el pelazo de Carlos Pumares y la mala uva de Carlos Boyero.

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