opinión

10.05.2013

El pesimismo cultural de Black Mirror

por Segismundo Palma


"Entropía" según la RAE: "f. Fís. Medida del desorden de un sistema. Una masa de una sustancia con sus moléculas regularmente ordenadas, formando un cristal, tiene entropía mucho menor que la misma sustancia en forma de gas con sus moléculas libres y en pleno desorden.

De ahí el título Black Mirror y la genial metáfora visual del cristal roto con la que esta serie británica creada por el guionista Charlie Brooker y producida por Zeppotron para Endemol, abre cada episodio cohesionando, hasta el momento, seis historias independientes en sus tramas y argumentos pero unidas en un mundo simbólico que nos muestra el desorden de un sistema decrépito, según la visión desasosegante de Charlie Brooker.

El argumento moral de Black Mirror muestra la entropía de un sistema político, mediático y social decadente, en pleno e imparable proceso de senescencia, con una visión cultural pesimista que conecta con la predicciones apocalípticas del pensador alemán Oswald Spengler.

La naturaleza alienante de la tecnología moderna y la decadencia social y moral de las grandes ciudades podría dar credibilidad hoy a la visión spengleriana de la inminente desintegración de Occidente. En América y Europa un creciente número de autores, entre los que incluimos a Charlie Brooker de Black Mirror, percibe en el sistema de información demoliberal, esos signos de totalitarismo soft que pueden llevarnos a la entropía social.

Spengler predijo en su libro más importante La decadencia de Occidente (Der Untergang des Abendlandes) que las invenciones tecnológicas podrían devenir en herramientas perfectas para la alienación del hombre y que, eventualmente, lograrían su aniquilación física. Lo que propone Black Mirror, si bien no llega a consumar dicha aniquilación física (salvo en un episodio, Oso blanco), sí es intelectual y conecta, a mi juicio, con la desesperación cultural que predijo Spengler a principios del siglo XX.


Spengler como Giambattista Vico, quien dos siglos antes desarrolló su tesis sobre el nacimiento y ocaso de las culturas, intentó definir en forma científica el proceso de crecimiento y decadencia de las culturas, en un visión biológica del órgano social-comunicacional. Al igual que Black Mirror, inclina a mostrar a la cultura como una entidad orgánica viviente, que muestra señales de vida agónica, en un estertor tecnológico afectado por una enfermedad que puede presentar distintos abscesos morales. Contagios de una misma plaga decadente representada en los distintos episodios de Black Mirror. Con distintas tramas pero unificada en un todo coherente por un mundo simbólico y narrativo Black Mirror nos muestra la entropía social a la que el entramado socioeconómico y mediático-tecnológico nos aboca: a una transformación decadente y a la desaparición de las formas de relación social. Black Mirror es una proyección del devenir cultural de Occidente tan pesimista como posible, tanto, que hiela la sangre.

Si alguna vez este fantasma de la humanidad desaparece de la circulación de las formas históricas entonces notaremos una afluencia asombrosa de formas genuinas, Spengler se refiere con formas ("Gestalt") a la noción clásica de nación. Y ésta es una de las hipótesis que presenta Black Mirror en varios de sus episodios. ¿Y no es una nueva Gestalt según la visión spengleriana la sociedad que vemos en tres de los episodios? El funcionamiento atomizado de una sociedad bajo el criterio meritocrático del éxito en el mundo del espectáculo y la metrosexualidad en Quince millones de méritos. El holocausto político y civil, cortocircuito originado por una emisión world wide con efectos de trepanación nociva propagada por la visualización en pantallas y dispositivos manuales en Oso blanco. En El momento de Waldo asistimos al nacimiento de un nuevo líder mundial, Waldo, un dibujo animado satírico que aniquila la percepción necesaria de democracia partitocrática conservadora-progresista endémica, sustentadora de propuestas políticas en las que nadie se siente reflejado, como dice el propio Waldo a los dos candidatos políticos, torie y laborista, "a nadie le importáis porque nadie vota". Waldo simboliza la reducción incesante del sentido de responsabilidad pública y el sentimiento creciente de desarraigo ideológico y anomia social. Por eso triunfa y tiene éxito hasta que el propio sistema ve en un dibujo animado la posibilidad perfecta de acabar con todo debate. De finalizar la endeble democracia. Porque un dibujo animado es el candidato perfecto: es una entelequia que hace reír y no se puede vencer porque no se le puede contra argumentar, porque no es real, y además, queda bien en pantalla.

Una sociedad regida por un comité de expertos de la telebasura, una sociedad involucionada a la prehistoria por un virus propagado por una emisión hacker world wide o un planeta gobernado por un dibujo animado son nuevas formas al modo spengleriano, son nuevas Gestalt, ya que anulan y destruyen el concepto de nación, de sociedad civil construida sobre el sistema socioeconómico liberal occidental tal y como lo conocemos hoy día. Sistema sustentado por, según Spengler y Black Mirror, un entramado tecnológico e informativo alienante que inocula y propaga una decadencia social y moral apocalíptica.

El ciclo evolutivo de Spengler también se refleja en Black Mirror. Según el pensador alemán toda civilización posee mil años de vida. Tras los cuales, la dinámica de la decadencia hará su aparición. Cada cultura posee fecha de caducidad, su obsolescencia, como el ciclo de vida de un producto en un plan de mercadotecnia, está planificada por la propia naturaleza de su evolución tecnológica. El lapso de existencia es finito y la civilización occidental, según Spengler, llegaría a este último ciclo. Black Mirror nos dice lo mismo, solo que ahora, el ciclo decadente, ha llegado.

Dicho ciclo consta de una etapa de transformación, como vemos en el argumento de Quince millones de méritos o El momento de Waldo, para finalizar en la autodestrucción de la civilización, finales subyacentes en todo el mundo simbólico de Black Mirror y explicitado en el argumento de Oso blanco, única historia de las seis de las que consta la serie, hasta el momento, en el que la destrucción de la civilización es un hecho. Una pesadilla.


La visión pesimista de Spengler es evidente en la esencia dramática de Black Mirror: la cultura europea (occidental) se ha transformado en una civilización decadente afectada con una forma avanzada de caos social, moral y político. En el episodio El himno nacional, el primer ministro británico es capaz de follarse un cerdo en emisión prime time con tal de salvar su paupérrimo índice de popularidad, y lo más aterrador, es que consigue incrementarlo. ¿Hasta dónde estaría dispuesto a llegar un político para mantenerse en el poder? Si nos lo preguntamos desde la perspectiva del ciudadano, ¿qué estaríamos dispuestos a exigirle a un político como signo de confianza? Si la respuesta a ambas preguntas es "follarse a un cerdo por la tele, en directo", como propone Black Mirror, es que la sociedad en la que vivimos está enferma. Terminal.

Según Spengler y sus sucesores contemporáneos, entre los que podríamos ya contar a Charlie Brooker, los primeros signos de decadencia aparecieron cuando la máquina, léase, la tecnología, sustituyó al hombre. Cuando los sentimientos dieron su lugar a la razón. La tecnología como origen y propagador de un progreso descontrolado que involuciona porque, sin cauces y barreras morales, fagocita al propio hombre, a la humanidad simbolizada en la civilización cultural que le hace ser quién es. Que nos hace ser quiénes somos.

¿Y no es esta sustitución del hombre, literalmente, la propuesta dramática del episodio Vuelvo enseguida? Una desconsolada viuda mitiga su dolor por el ser querido adquiriendo un software que reproduce la existencia de su marido muerto basándose en todo el historial audiovisual y de comportamiento en redes sociales para proyectar un yo virtual con el que poder chatear y sentir que sigue vivo, de algún modo u otro. ¿Y si este software puede gobernar a un cíborg al que poder tocar, incluso, con el que poder mantener relaciones sexuales placenteras? ¿Para qué seguir relacionándonos con el mundo? ¿Para qué buscar otra pareja o no? Si nuestro marido es una proyección de lo mejor de él mismo, sin defectos, eternamente joven y con una erección activada por control remoto con la que ejecuta un sexo descomunal insertado en su base de datos por sus programadores tras analizar el comportamiento de actores profesionales en millones de películas porno, ¿no podríamos vivir eternamente en una mentira ideal, falsa y narcotizante? ¿Y no es este replicante, sin la caducidad de los Nexus 6 de Blade Runner, por tanto, sin sus cuestiones metafísicas, el sustitutivo del hombre y la mujer?


El historiador John Lukacs, que ha experimentado la influencia inequívoca de Spengler, considera que la reducción del Estado en las sociedades liberales contemporáneas, en las que los mercados y la Troica lo sustituyen, anulando los valores éticos que todo Estado se supone debiera tener con sus protegidos conciudadanos, ha producido un sentimiento creciente de desesperación que parece haber activado una forma de neobarbarismo (Oso blanco) y vulgaridad social (El himno nacional, Quince millones de méritos); según Lukacs: "La riqueza y la pobreza, la elegancia y la mezquindad, la sofisticación y el salvajismo viven cada día más unidas". Black Mirror despliega en su narrativa esta tecno-sofisticación salvaje y la señala como causa principal de una desintegración social que visualizamos como alegoría del infierno terrenal en el que sus personajes están abocados. Un infierno que a nosotros, atónitos telespectadores, hoy día, año 2013, nos resulta tan familiar y cercano que nos abruma.

Las masas de individuos atomizados y virtualizados en Quince millones de méritos, representados como un Homo Espectáculus que pedalea sin parar envuelto en una adicción al escapismo alimentado por un reality-show personalizado e infinito crea en los personajes, y en nosotros mismos, un sentimiento ilimitado de vacío, insatisfacción y frustración, tal y como predice el propio Lukacs del individuo contemporáneo. O como decía Anthony Flew en forma similar al argumento de este episodio respecto al sistema económico demoliberal que Quince millones de méritos hiperboliza de manera magistral: una competición en la que el éxito de todos los competidores es igualmente probable, es un juego de azar. Un juego tan ruin como impredecible que se extiende indefinidamente hasta llevar a sus atomizados ciudadanos-jugadores hacia el cansancio y el colapso. Los personajes de Quince millones de méritos (probablemente mi episodio favorito), entre los que encontramos el cautivador rostro de Jessica Brown Findlay, claudicados, siguen inevitablemente las propias dinámicas de crecimiento anhelando un producto final como supuesto éxito social. Un nirvana mediático al que acceder como fin supremo de toda existencia, el Éxito, como decía Claude Polin, "El terror de todos contra todos".

Volvemos al final subyacente de la civilización, como una carga de profundidad explota en cada episodio de Black Mirror una vez creemos que la narración ha finalizado. Funde a negro y sin darnos cuenta, pero violentamente, lo que Robert McKee llama las ideas controladoras, estallan en una catarsis de zozobra y angustia. Como 1984 de George Orwell, Un mundo feliz de Aldous Huxley o Sueñan los androides con ovejas eléctricas de Philip K. Dick (adaptada para guión cinematográfico por David Peoples y Hampton Fancher en Blade Runner), Black Mirror es una visión de un futuro cercano y pesimista. Más real que ninguna de las grandes obras predecesoras, porque es la más cercana. No nos habla de un mañana lejano, nos habla del pasado mañana. Y utiliza herramientas tecnológicas que ya utilizamos hoy, insertadas en un sistema socioeconómico y político que sufrimos ahora. Además, huye, muy adecuadamente, de la lluvia ácida y los efectos agujeros de ozono. Todas las historias (excepto Quince millones de méritos) suceden en un entorno ecológicamente sano con preponderancia de las escenas en exterior: el verde de la campiña inglesa, el mar, el cielo azul, el cantar de pájaros ajenos a todo, están presentes en la ambientación lo que consigue hacer mucho más verosímil y actual todos los temores que propone su mundo narrativo.

La idea que vive en nuestra percepción una vez la historia ha finalizado, en Black Mirror son tan posibles como aterradoras. Y ahí radica su fuerza narrativa, como un tsunami ideológico y moral, te hace tiritar con una gelidez emocional aparente que no es tal, es puro estilo narrativo, ideal para dar forma al delirio tecnológico que guía sus historias y a sus personajes, y a nosotros, a ti y a mí, hacia el fin de todos los tiempos.

Segismundo Palma

Estudió Publicidad y Relaciones Públicas en la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la UMA y Narrativa Audiovisual en Método Dumortier en el Curso Universitario de Posgrado de ADM. Igualmente, se formó en géneros narrativos audiovisuales en la Escuela de Narrativa del Mediterráneo.

Fue guionista del videoclip Trailer de la banda malagueña Airbag, una pieza seleccionada en festivales nacionales e internacionales.

También es autor del guión para largomentraje El espectáculo debe continuar, del piloto para sit-com Sposoman y del guión para cortometraje Cuestión de honor.

Actualmente imparte un taller de guión en Gauss Multimedia y trabaja como redactor creativo y guionista en Infodel Media. Del mismo modo, se halla inmerso en la promoción de una mini-serie para televisión, Tres días de diciembre y en la revisión de su primera novela, La azotea del infierno.

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