opinión

22.02.2016

Preparando el día O - Guía práctica para seguir los Óscar o cómo sobrevivir a una madrugada de insomnio - Capítulo 1

por Andrés Robles

Por más que el 31 de diciembre nos vistamos con nuestras mejores galas y nos afanemos en comer doce uvas a ritmo de campanada, todos sabemos que el arranque del año es un puro formalismo. Según cada cual, el calendario tiene un inicio distinto, siendo lo habitual que empiece en septiembre con el final de las vacaciones y el comienzo del curso escolar.

Los cinéfilos sin embargo -que alguno normal habrá pero no es lo común-, nos regimos por uno propio cuyo principio tiene lugar en marzo con el Festival de Cannes y celebra su particular Nochevieja en febrero con la ceremonia de entrega de los Óscar. Así que aquí me tienen, con los calzoncillos rojos y la capa española puestos -se me pasó por la cabeza un escote a lo Igartiburu, pero mi torso masculino, recio y poblado lo desaconsejaba a todas luces-, dispuesto a compartir con ustedes el gran cotillón del cine y contarles, por si andan un poco perdidos, lo que se cuece en el apartado de mejor película.

Antes de entrar a saco con ello, me van a permitir -y si no me lo permito yo, que para eso soy el que escribo- dedicar este capítulo a tratar una serie de consideraciones previas que me parecen necesarias dado lo atípico de esta edición en la que, por primera vez en mucho tiempo, no hay una favorita clara.

Una categoría con dos velocidades

Desde que, sin pretenderlo, Christopher Nolan la liara pardísima con El Caballero Oscuro -no eran pocas las voces que daba por segura una nominación a mejor película y que vieron en su ausencia una muestra de la cortedad de miras académica-, los Óscar cambiaron sus reglas y ampliaron la categoría reina para dar cabida en ella a un mayor número de cintas y una mayor diversidad de géneros. Se pasó así de las cinco nominadas tradicionales a un número indeterminado cuyo máximo es diez.

La idea no era mala, pero ha terminado por no funcionar como debiera -de hecho la Academia se plantea ahora volver al quinteto original-. Es cierto que el aumento de candidatas ha permitido ver en la pugna cintas que en el pasado sin duda habrían sido marginadas ?Up, Origen o Her- y que en esta edición se ha producido lo impensable -la entrada de un blockbuster, Marte, y un film de acción, Mad Max-, pero también ha conducido a cierta depreciación de la categoría. Por desgracia, en estos años la tónica general no ha tendido a la variedad -a la comedia o la animación les sigue costando entrar, y no hablemos ya del thriller, sistemáticamente olvidado como demostró el menosprecio a Perdida en la última edición-, sino a la inclusión de dramas de dudosa valía -La Teoría del Todo- o telefilmes lujosos -Philomena-.

Además, a la hora de analizar las nominaciones en su conjunto, siempre se tiene la sensación de estar ante cinco contendientes reales -las que tienen también nominado a su director- y otras tantas convidadas de piedra -las que no-. Este año, tres son las que comparten ese honor: El puente de los espías, Marte y Brooklyn, que parten con desventaja respecto a las frontrunners del grupo -Mad Max: furia en la carretera, La habitación, La gran puesta, Spotlight y El renacido-.


El arte de la adivinación

Lo habrán escuchado miles de veces: "los Globos de Oro son la antesala de los Óscar". Tradicionalmente se ha visto el premio concedido por la Asociación de la Prensa Extranjera de Hollywood como el mejor indicio para vaticinar los futuros ganadores del eunuco dorado. Bien, pues déjenme contarles un secretillo: los Globos de Oro sólo son la antesala del botellón que se marcan esa noche George Clooney y compañía.

Pese a que durante mucho tiempo jugaron a ser futurólogos -y en parte lo siguen haciendo aunque sus galardones se concedan desde hace mucho, antes de que se hagan públicas las nominaciones de la Academia-, no son pocas las veces en que han errado el tiro, yendo a lo seguro y premiando la que en ese momento era la favorita de la carrera -Boyhood, Avatar o Brokeback Mountain se fueron a casa compuestas y sin novio por mucho que los Globos las apoyaran-.

Para ser un buen adivinador del Óscar es mucho más fiable atender al runrún de los incontables trofeos concedidos por la crítica estadounidense -National Board of Review, Círculo de críticos de Nueva York, Critics Choice Award...- y, sobre todo, a los premios de los tres grandes sindicatos de la industria, es decir, el SAG -Premio del Sindicato de Actores, la rama más numerosa de votantes de la Academia-, el DGA -Premio del Sindicato de Directores- y el PGA -Premio del Sindicato de Productores que, desde que instauró en 2009 el mismo sistema de voto preferencial que tiene el Óscar a la mejor película, sólo ha diferido de éste en 2014 cuando empataron Gravity y 12 años de esclavitud-.

Por último, es conveniente también poner el ojillo en los BAFTA -los premios de la Academia Británica de las Artes Cinematográficas y la Televisión-. De unos años a esta parte, los británicos parecen haber olvidado que ellos mismos hacen cine y se han apuntado también al carro de los pitonisos oscariles. No se les da mal: en la última década han conseguido acertar en siete ocasiones -no en vano comparten un considerable número de votantes con Hollywood-.

Así las cosas, habitualmente la carrera al Óscar es un paseo en el que, llegada la ceremonia de entrega, uno tiene bastante claro quién acabará llevándose el gato al agua y pocas sorpresas hay en la apertura del sobre final. Sin embargo, esta edición la cosa cambia y los tiros vienen de todas las direcciones. Parece que la pauta la están marcando tres películas ?Spotlight, ganadora del SAG; La gran apuesta, que ha conseguido el PGA; y El renacido, con el DGA, el Globo de Oro y el BAFTA bajo el brazo- pero no hay una favorita clara y cualquier cosa puede pasar la madrugada del domingo 28 al lunes 29.

La importancia de ser segundo

Dado el desconcierto reinante y la ausencia de un caballo ganador, en estos Óscar, más que nunca, será de vital importancia el voto preferencial.

"¿Mande?" -dicen unos-, "¡que no se le entiende!" -se quejan otros-. No se impacienten que les explico: si en general las diversas categorías de los Óscar se rigen por el sistema de voto directo, esto es, que los académicos marcan sólo su favorita de cada quinteto, en mejor película la cosa cambia y están obligados a hacer un ranking de preferencia con todas las nominadas. Tras ello llega el recuento, en el que, si no hay una candidata que supere el cincuenta por cierto de números uno, se pasa a una segunda ronda de escrutinio en la que se descartan las películas menos votadas y se contabilizan los números dos de las contendientes aún en pie -y se quejaban ustedes de la Ley D'Hondt-.

Conclusión: partiendo de la base de que ninguna cinta va a salir airosa en primera ronda, las candidatas cuyo voto esté más polarizado -y aquí miro a El renacido- van a tener complicada la victoria y será importante, no tanto haber conseguido primeros puestos, como ser una cinta de consenso, es decir, contar con el respaldo de un número importante de académicos que la hayan considerado inmediatamente por debajo de su preferida -de ahí que mi apuesta sea una película sin estridencias como Spotlight-.

Lo dejamos aquí por hoy. En los próximos capítulos entraremos en harina, analizando las ocho películas oscarizables y sus respectivas posibilidades en las categorías a las que optan. Hasta entonces, sayonara, corazones.

Andrés Robles

Paisano de Lola Flores y Bertín Osborne - ahí es nada -, Andrés Robles nació el año en que Superman alzaba el vuelo en la gran pantalla. Asegura que uno de sus primeros recuerdos de infancia es la visión de una serpiente atravesando el tacón de Marion en el Pozo de las Almas y nunca ha entendido del todo qué le ve la gente a esa galaxia "muy, muy lejana".

Licenciado en Historia del Arte y especializado en Patrimonio y Gestión Cultural - tiene hasta un máster el muchacho -, dedica todas las horas que puede a esa pasión que comenzó en un cine de verano viendo a un arqueólogo con látigo y sombrero. Desde entonces no concibe una existencia sin salas oscuras y celuloide.

Como buen crítico de cine, nunca ha escrito ni dirigido nada, y se limita a destruir el trabajo que otros han realizado con toda su ilusión - a veces hace alguna reseña buena, pero son las menos -.

Habiendo conseguido fama, fortuna y gloria hablando de lo que no sabe en esta santa casa, sus próximos objetivos vitales son tener el pelazo de Carlos Pumares y la mala uva de Carlos Boyero.

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