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12 de diciembre de 2013

La casa número 322

por Valentín Carrera

Ha llegado el momento de abordar uno de los géneros que más y mejores momentos me ha hecho pasar ante una pantalla de cine (o de televisión). Probablemente, el género con mayúsculas. Ese cine negro que en muchos casos es despreciado por considerarse intrascendente o banal pero que ha dado demasiadas joyas (y no hablo sólo del cine) como para pasarlo por alto.Son muchas las cintas que podría haber escogido, pero me he decantado por una de esas que se consideran menores o de segunda fila porque me parece que reúne buena parte de los elementos básicos y porque tengo que reconocer que tengo un cierto espíritu de quijote y me gusta reivindicar títulos que considero injustamente olvidados.

Desde luego, el reparto de La casa número 322 merece todos los parabienes. Ahí están Fred MacMurray, Kim Novak, E.G. Marshall, Phillip Carey, Dorothy Mallone y algún otro nombre (rostro) que tenemos interiorizados como parte de nuestro imaginario privado los buenos aficionados al cine. MacMurray es la demostración palpable de lo que se puede hacer en contra de las apariencias. Podría haberse limitado a ser el perfecto vecino que fue en muchas películas, pero supo meterse en pellejos mucho más complejos, oscuros y atormentados con gran éxito y sin que dejásemos de verlo como ese tipo amable al que le confiaríamos la custodia de nuestros hijos.

En este caso, su papel recuerda demasiado al de Perdición, que había rodado justo 10 años antes. Esta sí, una joya con letras mayúsculas. Pero no podemos por ello menospreciar la cinta de la que estamos hablando. Tal vez, incluso, en esta ocasión Fred MacMurray le añade otros matices a su personaje. A ese Paul Sheridan que inspira el título original de la cinta (Pushover) mucho más próximo al espíritu del relato.

Me voy a detener aquí un segundo porque me parece interesante abordar este aspecto. El título original hace referencia a una expresión que suele traducirse como persona fácil de convencer, un aspecto que, como acabo de decir, tiene mucho que ver con la historia que se nos cuenta. Pero en realidad, vista la película, nos queda la legítima duda de si estamos ante alguien que se deja convencer con facilidad o ante alguien que intenta pillar al vuelo la oportunidad que ha estado esperando. Alguien con mucho, demasiado, que ocultar. Me da la impresión de que en el fondo de este guión, hay mucho de los buenos, que son buenos sí o sí, y los malos que lo son también sí o sí. Los que manifiestan su bondad o su maldad siempre y en toda condición, como Harry Wheeler o Rick McAllister, y los que sólo dejan aflorar su verdadera inclinación llegado el momento, como el propio Paul Sheridan. En todo caso, y para cerrar el tema del título, es curioso que fuera de Estados Unidos, esta cinta haya tenido diversos títulos, siempre relacionados con el lugar donde se desarrolla la acción, que aclaran poco, aportan nada y sólo añaden confusión. Para aclararnos, la casa 322 a la que hace referencia el título en español es en realidad el bloque de apartamentos donde viven Lona McLane y Ann Stewart. En otros países se ha titulado El asesino del 423, que es el apartamento donde vive el personaje de Kim Novak. Pero en ese apartamento no vive ningún asesino ni se comete ningún asesinato, lo que añade más confusión si cabe. Por todo ello, como casi siempre, me parece que el título original es el más acertado.

Un título que no proviene de la novela original en la que se basa el guión ya que en realidad, la trama se arma sobre dos novelas diferentes. Rafferty, de Bill S. Balllinger y The night watch, de Thomas Walsh. Ambos acreditados como guionistas de la cinta junto a Roy Huggins. Entramos aquí en otro elemento interesante, el de la observación a través de la ventana. Inevitable es pensar en el clásico de Hitchcock rodado ese mismo año 1954, La ventana indiscreta, salvando todas las distancias correspondientes.

Ese vouyerismo incontenible de los seres humanos se ve matizado, en este caso, por la obligación profesional de los policías. Pero se tiñe de la necesidad que casi todos tenemos de rellenar los vacíos que nos deja cualquier observación parcial. En este caso es Rick McAllister, el personaje al que da vida Phillip Carey, el que se sumerge en una recreación de la vida de la enfermera Stewart, maravillosamente construida por Dorothy Malone.

Otra parada que voy a hacer. Phillip Carey es uno de esos secundarios que cada vez que lo vemos aparecer en pantalla nos relajamos, como diciendo “nada de lo que vayamos a ver puede ser malo”. Nunca fue una estrella y muy pocos le recordaran pero sostiene todas las historias en las que toma parte con la mayor de las dignidades. Como tantas veces, la televisión terminó siendo el refugio de un tipo que nunca tuvo demasiada suerte en la pantalla grande.



Bien distinta es la carrera de Dorothy Malone que, aunque también terminó refugiada en la pequeña pantalla, si pudo labrarse una buena carrera en el cine alternando las mujeres oscuras, al borde de la ley y del decoro, con madres de familia y mujeres abnegadas. Demasiada picardía, tal vez, en esa mezcla de ojos claros y oyuelos en las mejillas.

El resto de la carga secundaria de La casa número 322 se deposita en E. G. Marshall, del que ya hablamos aquí a propósito de 12 hombres sin piedad. Un portento de sobriedad que devenía, con frecuencia, en la sensación de que sus personajes no sabían sonreír. Bien por su trabajo, bien por su pasado, bien por lo que tenían por delante. Siempre sobrio, daba la sensación de que cada papel había sido escrito para él. El traje, el uniforme, la corbata o las armas. Sus incipiente alopecia le dio siempre un aspecto respetable con el que E. G. Supo jugar siempre a su favor.

He dejado para el final, deliberadamente, a Kim Novak. Una de esas estrellas, que no actrices, por las que siento la más absoluta indiferencia. Desde luego, como actriz, pero también como mujer. Nunca he entendido el atractivo de la Novak para toda una generación o dos de hombres, salvo que su descaro tan evidente resultase irresistible. Igual que puedo entender que Fred MacMurray pierda la cabeza por Barbra Stanwyck en Perdición (y ya es decir), no comprendo que eche su carrera y su vida por la borda por Lona en este película. ¡Y que decir de Vértigo! ¡Alguien puede entender que James Stewart caigan tan bajo por alguien como Kim Novak! Ni Alfred Hitchcock pudo arreglar eso. Menos mal que en el caso que nos ocupa sale poco, habla menos y en muchos casos sólo se la ve de espaldas, de perfil o a través de la ventana. Sólo así se hace soportable su presencia que, pese a todo, no afecta al resultado final.



Porque, sí, La casa número 322 es una gran película de cine negro. Desde el comienzo. Postponiendo los créditos del inicio para meternos en situación con media docena de planos y sin una sola palabra. Porque con menos de cuarto de hora, Richard Quine nos dibuja casi todos los personajes, las relaciones entre ellos, cuál va a ser su papel en la historia y que podemos esperar de cada uno. Para luego retorcer mucho las cosas y sorprendernos, abusando de algunos trucos de guión, también es cierto.

Richard Quine es, de hecho, un buen artesano. Uno de esos directores que aprendió el oficio y fue capaz de aplicar la técnica aprendida para obtener el mejor resultado del guión que tenía entre manos. En su caso le puedo reprochar que trabajase en exceso con la ya citada Kim Novak, pero habrá que perdonárselo porque nos ha dejado una serie de comedias ligeras muy apreciables y con las que hemos pasado muy buenos ratos (La pícara soltera, Cómo matar a la propia esposa, Me enamoré de una bruja, ?) También Quine terminó refugiado en series de televisión como Colombo que le deben mucho a su saber hacer.

Si algo se le puede reprochar a La casa número 322 es que es un poco irregular. Tiene escenas deliciosas, como la noche en que se conocen Sheridan y McLane (desde la salida del cine hasta la madrugada en casa de él) y diálogos o frases sublimes, como cuando Paul Sheridan le dice al Lona “vete antes de que empiece a pensar”, que merecen estar en cualquier buen recopilatorio del género. Con otros momentos un tanto forzados, pero bien resueltos, como la primera conversación entre McAllister y Stewart.

Me parece interesante e inteligente a la vez la forma de prescindir del malo, de Harry Wheeler, para centrarse en los personajes que tienen que decantarse. En realidad (y no revelo nada trascendental) Wheeler es un perfecto MacGuffin, que diría Hitchcock. Pero está también enjaretado que no nos damos cuenta hasta que hemos visto la película unas cuantas veces. No es el único caso. Ayer, cuando la volvía a ver para escribir esta entrada, me di cuenta de cómo usan los nombres propios de los personajes. En todos los casos nos dan el nombre y el apellido de todos ellos y usan uno y otro en función del momento y de los dialogantes. Sólo en el caso de Paddy Dolan utilizan el diminutivo. Y si quieres saber por qué, será mejor que veas la película.


  • La casa número 322

  • Título original:
    Pushover

  • Dirección:
    Pushover

  • Año de producción:
    1954

  • Nacionalidad:
    Estados Unidos

  • Duración:
    88

  • Género:
    Cine negro, intriga, thriller

Valentín Carrera

Desde la República Independiente de El Bierzo me fui a Galicia y he terminado en Madrid. Estudié Periodismo, luego hice Políticas y acabo de terminar un posgrado en Community Manager y Social Media.

Desde hace casi 20 años trabajo en Telemadrid donde empecé de becario y ahora sigo como redactor (entre medias he sido redactor, editor de informativos, redactor jefe y subdirector de informativos y responsable de contenidos para Canal Metro). Me apasiona la tele, el periodismo y la política. Procuro estar al día en nuevas tecnologías, redes sociales y demás.

Hace un par de años que soy vocal de la Junta Directiva de la Academia de Televisión donde he tenido la suerte de participar en la Comisión Organizadora de El Debate de 2011 entre Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba y de dirigir las 2 últimas ceremonias de entrega de los Premios Iris.

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