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20 de noviembre de 2013

La cabaña en el bosque (o el penúltimo canto del cisne del género de terror)

por José Manuel Albelda

Quienes tengan interés en disfrutar de La cabaña en el bosque (The cabin in the Woods, Drew Goddard, 2011) no consientan que nada ni nadie les ofrezca pistas acerca de ella. Sean tajantes: conocer un poco, siquiera lo mínimo, un fotograma suelto, una clasificación temática o una breve sinopsis acerca esta película, puede convertirse en un imperdonable exceso que estropee su deleite. Lo repetiré por tercera y última vez, y perdonen que insista: hasta las críticas más cautelosas y bienintencionadas contienen dosis de información contaminante que pueden estropearles la fiesta.

En consecuencia con mi advertencia, lo que van a leer a continuación no es una crítica sobre La cabaña en el bosque sino una reflexión de hacia dónde se dirige el género de terror.

Recientemente, un compañero periodista y exitoso bloguero, Rafa Cerro, me preguntó por Twitter si podía recomendarle tres o cuatro películas en las que realmente se pasara miedo, miedo de verdad. “¿Qué clase de miedo?”, le pregunté yo, sospechando por dónde podrían ir sus tiros. Me respondió sin dudarlo: “miedo como el que se pasa en La semilla del diablo”. Se refería Rafa, claro, a ese tipo de miedo que se escribe con mayúsculas, mayúsculas de KOBAYASHI, de POLANSKI o de ZULAWSKI, ese miedo que no se nos va del cuerpo cuando por fin se encienden las luces de la sala: miedo primordial.

Así, recogiendo el guante lanzado por Rafa Cerro, me he preguntado cuándo fue la última vez que yo pasé miedo viendo una película: no fue, desde luego, viendo el Prometheus de Scott; ni, desde luego, viendo el remake de Posesión Infernal dirigido por Federico Álvarez; ni tampoco, sintiéndolo mucho, viendo las clónicas y retroalimentadas The Conjuring e Insidious de James Wan.

El miedo cinematográfico genuino - tal y como yo lo entiendo - no consiste en tener que apartar los ojos de la pantalla cada vez que tal o cual truculencia lacera nuestra sensibilidad. Tampoco consiste en respingar en la butaca por culpa de un soundtrack atonal salpimentado con efectos de sonido eviscerantes. Menos aún puede generarse el miedo tomando el rábano por las hojas, es decir, apelando al viejo Henry James y dándole otra vuelta de tuerca a un argumento escrito antes de ayer; y aquí paz y después gloria. Por último, el miedo no puede consistir en reiterar, con mil y una variaciones, la misma amenaza ultraterrena, la misma amenaza ultramontana, la misma de amenaza ultracorpórea, la misma amenaza ultraboreal. Cansa leer tanto palabro, ¿eh?: pues imaginen tener que contemplar cómo ascienden esos mismos palabros hacia la pantalla grande.

Pero ¿qué es el miedo fílmico?

Recuerdo que experimenté auténtico miedo contemplando al doctor Bill Harford explorando las simas neoyorkinas aquella noche en que su matrimonio se fue a pique en el Eyes Wide Shut de Kubrick; sentí miedo cuando vi a Vincent Cassel convertido en un perro rabioso mientras recorría los clubes nocturnos buscando al asesino y violador de la Bellucci en el Irreversible de Noé; sentí miedo visitando las habitaciones de la mansión de The haunting de Wise; sentí miedo tras sonar aquel teléfono en La llamada de Javier Setó y tras ver aquellos ojos desencajados del jovencísimo Emilio Gutiérrez Caba; me ahogué de miedo junto a López Vázquez tras aquellos cristales en La Cabina de Mercero, y al explorar aquel pueblo isleño en ¿Quién puede matar a un niño? de Ibáñez Serrador; y, por supuesto, experimenté miedo, pero que mucho miedo, cuando se levantó aquel viento otoñal en El Exorcista de Friedkin mientras sonaba el Tubular Bells de Mike Oldfield, y cuando los ojos del gato Jonesy observaron por vez primera, impávidos, la criatura del Alien de Scott, o cuando se cerró aquella puerta de aquel sótano de aquella casa en La noche de los muertos vivientes de Romero, o cuando cierto canalla regresó de la muerte en la bañera de Las diabólicas de Clouzot, o cuando Danny en su triciclo dobló aquel recodo en aquel pasillo de aquel hotel en El resplandor y vio lo que vio, o cuando no escuché música alguna (por mucho que agucé el oído) en La matanza de Texas de Hooper o en el Los pájaros de Hitchcock. Respecto a El quimérico inquilino de Polanski, a La posesión de Zulawski, y a El Más Allá de Kobayashi? ¡Qué les puedo a ustedes contar que no les haya insinuado!

Pero voy a arriesgar un poco más; y voy a mojarme: porque sé que con todos los ejemplos que he puesto he caminado sobre seguro. Reconozco que también sentí miedo con Session 9 y con El maquinista de Brad Anderson, con Los Otros de Amenábar, e incluso con El Orfanato de Bayona y con Luces Rojas de Cortés. Con Cronenberg, aquí y allá, en secuencias salpicadas de sus películas más modestas, las de los 70, también he experimentado algo parecido al miedo. El Otro, de Mulligan, me dio miedo, y el Poltergeist de Spielberg (perdón, de Hooper) me dio miedo, y La profecía de Donner me dio miedo. Ah, el The Cube de Natali también me dejó muy inquieto, lo admito. Con aquellos Shyamalan que tanto echamos todos de menos, El sexto sentido, El bosque y Señales, también tuve miedo. Con todos los clásicos de la Hammer y de la Amicus, con los vinos añejos de la Universal y de la American International, tuve atmósfera, y clímax, y disfruté mucho, y disfruto todavía mucho, pero no sentí ni siento miedo alguno. Carpenter, a excepción de La cosa, nunca me conmocionó.

Como tampoco sentí miedo, miedo pata negra, con ninguna obra contemporánea de terror oriental, japonés, taiwanés o tailandés, salvo, quizá, con cierto título que estrictamente no es de terror, pero como si lo fuera: aquel Audition de Takashi Miike, que en su segunda mitad me dejó seco en la butaca, de pura sorpresa. Respecto al terror español moderno, el de los 90 para acá, he sentido miedo con las películas que ya he citado en este artículo, más arriba. El resto de filmografías, vistas exhaustivamente en su integridad (que conste mi devoción por el género) a lo largo y a lo ancho de varios cientos de títulos, le resultan más o menos indiferentes a mi ritmo cardiaco. Por otra parte, con las sempiternas sagas de Viernes 13, Halloween, Pesadilla en Elm Street, Scream, etcétera, etcétera, ni fu ni fa: todo lo más, alguna escenilla suelta. Respecto a la renovación low cost del género, respecto a los Blair Witch Project, los Paranormal Activity, y respecto al subgénero de autopsia, los Saw y los Hostel... ¿Prefieren ustedes que les mienta, o que lo deje estar? ¡Bah! Fuego artificiales.

Dicho todo esto, queda sin responder la principal cuestión: hacia dónde transita el género del terror.

Como yo no creo que todo tiempo pasado fuera siempre mejor y como no creo que ya no queden terrenos argumentales por explorar, tengo que suponer que la crisis de identidad del cine de terror contemporáneo - bastante prolífico por otra parte en lo que a títulos se refiere - reside en que, en realidad, es un género muy conservador. Nunca en la historia del cine habíamos tenido una sensación de “déjà vu”, de eterno retorno de lo mismo, tan intensa, tan cansina, tan reiterativa: todo es más de lo mismo, sota, caballo y rey, sin riesgo, sin saltos al vacío, sin sorpresas?

Muertos insanos o vivos insanos: a esta dicotomía se reduce la amenaza.

A fuerza de sangre, sudor y vísceras los espectadores todos nos vamos a convertir en vivisectores, y esto no es serio. No es esto, no es esto.

A lo mejor es que ya no nos asusta nada; a lo mejor es que la realidad de la crisis económica y del paro, la incertidumbre del día a día, la perenne violencia psicológica del yo que se impone, omnipresente y plenipotenciario, sobre el tú, nos tienen tan acogotados a todos que ya nos hemos vuelto confortablemente insensibles, como si fuéramos de corcho. Quizá por eso mismo, sin ser una película de terror, me metió tanto susto en el cuerpo el Margin Call de J.C Chandor.

Quizá por eso he disfrutando tanto con La cabaña en el bosque. Viéndola he sentido como si el género de terror hubiera dado su (penúltimo) canto del cisne.


A todo esto. Espero no haberme ido demasiado de la lengua. O eso, o haberles despistado a ustedes lo suficiente.
  • La cabaña en el bosque

  • Título original:
    The cabin in the woods

  • Dirección:
    The cabin in the woods

  • Año de producción:
    2012

  • Nacionalidad:
    USA

  • Duración:
    95

  • Género:
    Terror

  • Fecha de estreno en España:
    2013-11-08

José Manuel Albelda

José Manuel Albelda nació en Madrid en el año del estreno de THX1138, "Muerte en Venecia y La naranja mecánica. Es periodista y está especializado en la dirección de documentales y reportajes de largo formato. Ha presentado y dirigido programas radiofónicos de crítica de cine y disecciona la Historia del Séptimo Arte en decenas de rebanadas dentro del blog La vuelta al cine en diez películas.

Ha impartido cursos y masters en varias universidades de Madrid y actualmente es miembro de la Academia de Televisión. Ha escrito, dirigido y estrenado un par de obras de teatro, El casting y La película de tu vida, y desde 2001 (es casualidad la fecha, coincidente con el nombre de su película favorita) compone bandas sonoras para cortos y cabeceras de televisión. Actualmente está escribiendo una novela titulada El paciente cinéfilo.

Kubrick, Wenders, Tarkovski, Ozu, Kurosawa, Dreyer, Truffaut, Hitchcock, Ford y Lang, le han enseñado a desconfiar de la impostura en el Séptimo Arte y a discriminar la paja del grano.

Ama el sonido de su Fender Stratocaster casi con la misma intensidad que La palabra, Los siete samuráis y La delgada línea roja.

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