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4 de marzo de 2013

Argo overrated (*)

por José Manuel Albelda


*por qué pienso que la última película de Ben Affleck se ha convertido en la cinta más sobrevalorada del año.

Supongamos que olvidamos que Argo está dirigida por Ben Affleck. Y supongamos también que deliberadamente ignoramos que Argo está inspirada en hechos reales. Por último, supongamos que nos importa más bien poco el reguero de premios y nominaciones que Argo ha recolectado en los Bafta, los Globos de Oro y los Oscar. ¿Qué nos queda de ella, entonces? Argo, monda y lironda, con sus virtudes, que las tiene, y sus defectos, en los que abunda.

Hace unos meses, cuando yo aún no sabía nada de Argo, vi su tráiler promocional en el cine. Parecía lo que era: una anécdota más del espionaje norteamericano contemporáneo elevada a la categoría de leyenda. Sinceramente, visto aquel tráiler, me olvidé del asunto.

Sucedió que pasaron las semanas y los meses y que la tormenta Argo cogió fuerza de huracán, un huracán que incluso a mí me levantó del suelo y me arrastró hasta la taquilla: “una entrada, por favor, quinta fila centrada”.

Argo, por fin.



Ésta es la crónica de por qué Argo, ¿lo he anticipado ya?, me decepcionó. Me ocurre lo que a muchos otros espectadores: si no espero gran cosa de una película, siempre encuentro algo valioso; pero si lo espero todo de un filme, entonces, indefectiblemente, hallo menos perlas de las que imaginaba. La amenaza fantasma, El hobbit, El caballero oscuro, la leyenda renace y Argo son cuatro ilustradores ejemplos de este particular efecto psicológico conocido como “hype”.

Primer problema que veo en Argo: si yo fuera cineasta y productor y me llamara Ben Affleck, jamás reservaría para Ben Affleck el papel principal de mi próxima película. Porque Affleck siempre tendrá expresiones de Affleck, voz de Affleck y recursos interpretativos inherentes a Affleck. Esto, hoy por hoy, es inevitable, por muy emboscado que se presente el marido de la infravalorada Jennifer Garner bajo una maraña de provectas barbas.

Más objeciones: tengo entendido que el Cine era y es un Arte que hace creíble hasta la ficción más inverosímil. No al revés: en la pantalla, unos hechos verídicos nunca deben parecer más inverosímiles al espectador de lo que en fueron en la vida real. Si no, se incurre en el ridículo. Pues bien: ese es el principal escollo que reprocho a Argo: no me trago su planteamiento; y eso que la historia es simple, bien simple: el problema es que esa coartada de una película de ficción rodada en el Irán de la revolución de los estudiantes está tan repleta de cabos sueltos, de vacilaciones y de trazos gruesos, que, al final, simplemente, me resulta inasumible no sólo la resolución de la película, sino todo el conjunto. Un paralelismo malintencionado: hace un año vi El topo, de Tomas Alfredson. Ficción pura y dura. Su trama era intrincada, resbaladiza e inteligiblemente intermitente, pero todos los engranajes de la historia funcionaban tan bien que me importó bien poco perderme en su tela de araña. Es lo único que le pido a una película: que como espectador me sumerja hasta el punto de que me olvide hasta de quién soy.

Según avanzaba el visionado de Argo más cara de interrogación se me iba poniendo en la sala.


De Argo no me sedujo el suspense, demasiado forzado, la hibridación de momentos de extrema tensión con secuencias de comicidad insinuada. No entiendo qué motiva a los personajes a actuar como lo hacen: el embajador, la empleada de la embajada, los “ganchos” y colaboradores hollywoodienses de Tony Méndez, sus propios supervisores en la CIA... No digo que no tengan sus razones para comportarse como lo hicieron -es evidente que las tuvieron todos estos personajes reales que protagonizaron la historia-; sólo digo que yo no las entiendo, o que no las percibo en Argo, lo cual es peor.

Por otra parte, tampoco me hizo demasiado feliz su casting ni su dirección artística, ambos muy artificiales, quizá por la pretensión de Affleck de resultar en exceso convincente al recrear la atmósfera de los 70.

Evidente, muy evidente todo en Argo: sus secuencias de música sincronizada con la época, su camarita en mano para darle inestabilidad “dogmática” al conjunto, el maniqueísmo entre ellos y nosotros, la irrupción inicial del story board (por cierto, ya puestos, le podían haber pedido a la mismísima Marjane Satrapi que ilustrara la secuencia de inicio), la distribución irregular de ritmos narrativos a lo largo de su metraje... Por no decir su final, más propio del creador de Always que de un Affleck decidido, al parecer, a que le perdonemos haber sido aquel protagonista -ya ustedes saben- de Pearl Harbour.

¿Qué por qué me tomo tantas molestias en señalar lo que no me gusta del tifón Argo? Pues por eso mismo, por lo que antes decía: si Argo se hubiera quedado en tormentita tropical, todos estos chistes arriba descritos me habrían hecho hasta gracia.

  • Argo

  • Título original:
    Argo

  • Dirección:
    Argo

  • Año de producción:
    2012

  • Nacionalidad:
    USA

  • Duración:
    120

  • Género:
    Thriller

  • Fecha de estreno en España:
    2012-10-26

José Manuel Albelda

José Manuel Albelda nació en Madrid en el año del estreno de THX1138, "Muerte en Venecia y La naranja mecánica. Es periodista y está especializado en la dirección de documentales y reportajes de largo formato. Ha presentado y dirigido programas radiofónicos de crítica de cine y disecciona la Historia del Séptimo Arte en decenas de rebanadas dentro del blog La vuelta al cine en diez películas.

Ha impartido cursos y masters en varias universidades de Madrid y actualmente es miembro de la Academia de Televisión. Ha escrito, dirigido y estrenado un par de obras de teatro, El casting y La película de tu vida, y desde 2001 (es casualidad la fecha, coincidente con el nombre de su película favorita) compone bandas sonoras para cortos y cabeceras de televisión. Actualmente está escribiendo una novela titulada El paciente cinéfilo.

Kubrick, Wenders, Tarkovski, Ozu, Kurosawa, Dreyer, Truffaut, Hitchcock, Ford y Lang, le han enseñado a desconfiar de la impostura en el Séptimo Arte y a discriminar la paja del grano.

Ama el sonido de su Fender Stratocaster casi con la misma intensidad que La palabra, Los siete samuráis y La delgada línea roja.

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