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27 de septiembre de 2013

Caníbal

por Andrés Robles


Manuel Martín Cuenca, el autor de La flaqueza del bolchevique o La mitad de Óscar, ha conseguido que su último trabajo, Caníbal (España, 2013), venga precedido de una gran expectación. La cinta compite en la 61 edición del Festival de San Sebastián por la Concha de Oro, y no son pocos los que ya de antemano le han colgado el 'sambenito' de la película española del año. Esto que sin duda supondrá un impulso para su carrera comercial, se convierte también en un arma de doble filo al aumentar de manera notable el riesgo del desencanto y las perspectivas no satisfechas, máxime cuando la historia que trata no es ni de lejos fácil y, según como sea contada, puede provocar el rechazo inmediato del espectador.

Es muy recomendable, por tanto, hacer un ejercicio de amnesia antes de entrar a la sala de proyección para, en la medida de lo posible, ver el filme con ojos vírgenes y no dejarse llevar por opiniones preconcebidas. De otra manera el mayor enemigo de Caníbal será la propia Caníbal o, mejor dicho, la Caníbal que cada uno tenga en su cabeza. Avisados quedan.

El filme se basa libremente en una novela del cubano Humberto Arenal para contar la historia de Carlos, un sastre granadino con doble vida que asesina mujeres para después comérselas, y que ve cómo su mundo se trastoca cuando conoce a Nina, una chica rumana que busca a su hermana desaparecida.


Tal y como decíamos antes no es un argumento fácil, y no lo es básicamente porque quizá sea el canibalismo uno de los pocos temas tabú que aún permanecen en nuestra sociedad. Por ello, hay que tener mucho pulso y ser muy consciente de dónde se ponen los pies para no herir sensibilidades o traspasar la frontera de lo chabacano. De ahí que el mayor mérito de Martín Cuenca sea haber sabido elegir el tono adecuado para su cinta, que se contagia del carácter introvertido de su protagonista: apenas hay música, la cámara se hace invisible y los largos silencios son parte inherente de los diálogos. El realizador se aleja con sabiduría de los detalles escabrosos, y las imágenes rebosan elegancia -véase sin ir más lejos el asesinato con el que se abre el metraje-.

Es posible que muchos la tachen de excesivamente fría en su articulación de la historia de amor central, pero un mayor énfasis habría entrado en conflicto con la esencia misma de su protagonista. También es meritoria la dirección de actores con unas solventes María Alfonsa Rosso y Olimpia Melinte en su doble papel de las gemelas Alexandra y Nina, si bien ambas son irremediablemente fagocitadas por un inconmensurable Antonio de la Torre. Es complicado asegurarlo habida cuenta la carrera del malagueño, pero es posible que estemos ante su mejor papel hasta la fecha. La sobriedad y fragilidad con la que compone a Carlos consigue incluso que el espectador empatice con su villano y eso es algo a la altura de muy pocos. De hecho, al que escribe, sólo se le ocurre una persona que pudiera haber salido igualmente airosa: Luis Tosar, otro titán de la interpretación.

Concluyendo, el que Caníbal sea o no la película del año es algo que cada cual deberá responderse. Lo que sí es seguro es que es una de esas cintas que raramente dejarán indiferente al público y que, al menos desde el punto de vista de un servidor, puede recomendarse con total tranquilidad.
  • Caníbal

  • Título original:
    Caníbal

  • Dirección:
    Caníbal

  • Año de producción:
    2013

  • Nacionalidad:
    España

  • Género:
    Thriller

Andrés Robles

Paisano de Lola Flores y Bertín Osborne - ahí es nada -, Andrés Robles nació el año en que Superman alzaba el vuelo en la gran pantalla. Asegura que uno de sus primeros recuerdos de infancia es la visión de una serpiente atravesando el tacón de Marion en el Pozo de las Almas y nunca ha entendido del todo qué le ve la gente a esa galaxia "muy, muy lejana".

Licenciado en Historia del Arte y especializado en Patrimonio y Gestión Cultural - tiene hasta un máster el muchacho -, dedica todas las horas que puede a esa pasión que comenzó en un cine de verano viendo a un arqueólogo con látigo y sombrero. Desde entonces no concibe una existencia sin salas oscuras y celuloide.

Como buen crítico de cine, nunca ha escrito ni dirigido nada, y se limita a destruir el trabajo que otros han realizado con toda su ilusión - a veces hace alguna reseña buena, pero son las menos -.

Habiendo conseguido fama, fortuna y gloria hablando de lo que no sabe en esta santa casa, sus próximos objetivos vitales son tener el pelazo de Carlos Pumares y la mala uva de Carlos Boyero.

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