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21 de mayo de 2015

Mad Max: Furia en la carretera

por Andrés Robles

Soy consciente de que lo que voy a decir a continuación, hará que muchos de ustedes me bajen de ese pedestal en el que sé que me tienen cual San Pancracio coronado de perejil. Aun así, como soy un tío sincero, lo diré igualmente. Nunca me ha despertado demasiado interés el universo Mad Max y jamás he visto al completo la saga creada por George Miller.

Reconozco pues haber pagado la entrada de Furia en la carretera - ¿se les ocurre título más ochentero? - por dos motivos. El principal es poco confesable, pero como hoy me he despertado con este arranque de sinceridad autodestructiva, también lo admitiré: Tom Hardy, actor al que venero por razones más carnales que cinematográficas. El segundo, el que argüiré ante un tribunal, es lo pesadito que está todo el mundo - y cuando digo todo el mundo, digo todo Twitter, que ya saben que es como la casa de Gran Hermano en la que todo se magnifica, o como una reunión de andaluces con un par de cervezas en el cuerpo - con que esta es la peli de acción definitiva - hasta que llegue otra, claro -.


Vamos a desacreditar a esta panda de exagerados, me dije, y con las mismas me fui al cine, esperando encontrarme rodeado de cuarentones dispuestos a revivir viejas glorias de videoclub y algún que otro tronista con su chorbi - a ellos lo mismo les das un coche tuneado que una pinza de depilar. En ambos casos se lanzan de cabeza -. ¿Qué ha ocurrido finalmente? Pues que he acabado comiéndome mi paquetito de prejuicios como si fueran palomitas, y me he llevado todo el metraje tan pegadísimo a la butaca que estoy por calzarme la peluca y las argollas de Tina Turner e irme a vivir a la Cúpula de Trueno.

En una época en la que la acción está saturada de superhéroes de CGI, planos cortos y montajes que marean al confundir el frenetismo con el videoclip, Miller propone una vuelta a la brutalidad hiperbólica y testosterónica de los ochenta, componiendo cada escena con la grandilocuencia y el sentido de espectáculo excesivo y bizarro que el género tenía en aquellos años. La cámara vuela, se aleja y toma impulso, para volver una y otra vez con furia a unas peleas y unas explosiones tangibles, reales en lo físico, que nada tienen que ver con esa violencia de baratillo y videojuego en la que todo se percibe falso y todo rezuma pantalla verde y bytes. Exijo aquí y ahora el carné de identidad de este señor porque no me creo que, con setenta tacos a sus espaldas, pueda rodar con tal brío.


Además, lejos de limitarse a hacer la típica cinta heteruza, Miller se marca un relato con tintes feministas en el que las mujeres son las auténticas dueñas del cotarro. Max es casi un secundario de lujo, un peón a las órdenes de Imperator Furiosa - si alguna vez me hago travesti, juro que me pongo este como nombre artístico -, estupenda Charlize Theron que se come la pantalla con una heroína a la altura de cierta teniente de la nave Nostromo.

¿Tiene argumento Furia en la carretera? Muy poquito. ¿Tiene pies y cabeza? Para nada. ¿Le hace realmente falta contar con tales elementos? En absoluto. Lo de Mad Max es otra cosa. La película no se avergüenza de su carácter de blockbuster salvaje, ni intenta parapetarse tras falsos transcendentalismos. Es simple y llanamente una persecución de dos horas en la que los momentos de respiro se pueden contar con los dedos de un muñón, pero que lo envuelve a uno de tal manera que desaconseja coger el coche a la salida del cine si no se quiere tener un encontronazo con las Autoridades.


Así que ya saben, si andan escasos de adrenalina o buscan alguna reflexión en lo que van a ver, métanse en otra sala, que nosotros, los machotes y las guerreras, nos quedaremos haciendo el cafre por el desierto.
  • Mad Max: Furia en la carretera

  • Título original:
    Mad Max: Fury road

  • Dirección:
    Mad Max: Fury road

  • Año de producción:
    2015

  • Nacionalidad:
    Australia

  • Duración:
    120

  • Género:
    Acción, ciencia-ficción

  • Fecha de estreno en España:
    2015-05-15

Andrés Robles

Paisano de Lola Flores y Bertín Osborne - ahí es nada -, Andrés Robles nació el año en que Superman alzaba el vuelo en la gran pantalla. Asegura que uno de sus primeros recuerdos de infancia es la visión de una serpiente atravesando el tacón de Marion en el Pozo de las Almas y nunca ha entendido del todo qué le ve la gente a esa galaxia "muy, muy lejana".

Licenciado en Historia del Arte y especializado en Patrimonio y Gestión Cultural - tiene hasta un máster el muchacho -, dedica todas las horas que puede a esa pasión que comenzó en un cine de verano viendo a un arqueólogo con látigo y sombrero. Desde entonces no concibe una existencia sin salas oscuras y celuloide.

Como buen crítico de cine, nunca ha escrito ni dirigido nada, y se limita a destruir el trabajo que otros han realizado con toda su ilusión - a veces hace alguna reseña buena, pero son las menos -.

Habiendo conseguido fama, fortuna y gloria hablando de lo que no sabe en esta santa casa, sus próximos objetivos vitales son tener el pelazo de Carlos Pumares y la mala uva de Carlos Boyero.

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