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22 de abril de 2013

Oblivion, el eterno retorno de lo mismo

por José Manuel Albelda


Viendo Oblivion (Joseph Kosinski, 2013) me sentí un poco como Sísifo, más que harto de experimentar un cansino déjà vu fílmico; imagino al pobre Sísifo asumiendo con cierto ímpetu su primera, segunda, tercera y hasta cuarta remontada de la montaña con el pedrusco sobre sus lomos, pero, a partir de su quinto ascenso, le imagino también hastiado, echando humo, resoplando como un toro y acordándose de la hora en que se le ocurrió haber intentado tomarle el pelo a Hades. Pues así me sentí el otro día viendo Oblivion: a qué oscura deidad custodia del inframundo de la ciencia ficción -me preguntaba yo- habré ofendido para tener que sufrir el castigo del eterno retorno de lo mismo.

Oblivion recuerda a todas las películas del género. A todas. Con esto no quiero decir, claro, que el director de la cinta no esté en su derecho de rendirle los homenajes que quiera a sus clásicos favoritos, lo cual me hubiera parecido legítimo y hasta deseable; el problema es que revisita muchísimos lugares comunes, tantos y tan evidentes, que sólo un ejercicio de autocontención me hizo no retorcerme de risa o de cólera en la butaca.

¿Es Oblivion una distopía? Sí, desde luego: como lo es Zardof (John Boorman, 1974), Mad Max (George Miller, 1979), Gattaca (Andrew Niccol, 1997), El bosque (M. N. Shyamalan, 2004) o, la más reciente, Moon (Duncan Jones, 2009). A todas ellas les debe mucho Oblivion. Como le debe mucho a obras tan distantes entre sí como Pitch Black (David N. Twohy, 2000), Minority Report (Steven Spielberg, 2002) o 2001, una odisea espacial (Stanley Kubrick, 1968). La diferencia es que éstas, aún con sus defectos, fueron obras que en su día tuvieron la virtud de aportar algo original, ético o estético, al género. Oblivion no.


Empecemos por la epidermis de Oblivion, que evoca sin el menor pudor aquella pátina azulada y lechosa de Minority. Nada que objetar, si no fuera porque Oblivion lo hace con mucha menor eficacia que aquella prodigiosa dirección artística de la cinta de Spielberg y porque ¡déjà vu,déjà vu! éste Cruise de 51 años de ahora está decididamente empeñado en demostrarnos que no se diferencia en nada físicamente de aquel Cruise de 41 añitos recién cumplidos. No cuela.

No me gustan mucho ni poco los droides de Oblivion, implacables exterminadores que a mí, desde luego, no me amilanan. Qué banalidad de observación la mía -dirán ustedes-. Discúlpenme: ya rescató Lucas el concepto de droide destructor en su Amenaza fantasma con más o menos acierto, quizá mirando de reojo al Terminator de Cameron, pero estos droides de ahora, los de Oblivion, híbridos de aquellos de Lucas e hijos espurios de las cápsulas exteriores de la Discovery de Kubrick me parecen, con su ojo de HAL incrustado, una broma de mal gusto.

Su guión. Honestamente, no me conmueve toda ésta la historia de clones embaucados que sufren amnesia inducida; todo huele demasiado al drama de los clones selenitas de Duncan Jones, solo que sin la magnífica dimensión filosófica de aquellos; además, reverbera en Oblivion al asunto de los falsos recuerdos del Desafío total de Verhoeven; lo siento, pero si no lo digo reviento. Y, ya puestos, husmeando husmeando, hasta detecto en Oblivion el rastro del humo de la nave siniestrada de El planeta de los simios de Franklin J. Schaffner, lo cual, lo digo con el corazón en la mano, no era necesario recordármelo de manera tan explícita. ¿Saben? Sufrí mucho con aquel siniestro.


Oblivion y su casting. ¿De verdad era necesario buscar un reparto tan provisional como éste? Freeman, como casi siempre, a pesar de sus acreditadas dotes interpretativas, entra en Oblivion acoplado con calzador, como haciendo un favor o como si se levantara unos ingresos extra para el próximo veraneo. Por otra parte, Andrea Riseborough y Olga Kurylenko, desorientadas, pululan alrededor de Cruise tan supérfluas como pompas de jabón. Igual que Tom. Cansa tanta volatilidad.

¡Ah, el soundtrack! Como no hay créditos de inicio uno puede fantasear a lo largo de la cinta suponiendo que un Newton Howard o un Zimmer se han puesto a los mandos sin demasiado esmero, como enchufando a ratos el piloto automático. Al final resulta que los compositores son otros, clones de los primeros. Si es que da igual. Porque de clones va todo este embrollo.

Por último, la que podía haber sido secuencia más interesante de la película, el encuentro final entre Cruise y la entidad responsable del estropicio del planeta, se disuelve en el paladar del espectador como un azucarillo insípido; ahí, de nuevo, retrogusto con evocación a Mission to Mars, Zardoz, la Star Treck de Wise, Blade Runner y -me pondré estupendo- Encuentros en la tercera fase. Lo dicho: el eterno retorno de lo mismo. Así no vamos a ninguna parte.
  • Oblivion

  • Título original:
    Oblivion

  • Dirección:
    Oblivion

  • Año de producción:
    2013

  • Nacionalidad:
    USA

  • Duración:
    125

  • Género:
    Acción, ciencia-ficción

  • Fecha de estreno en España:
    2013-04-12

José Manuel Albelda

José Manuel Albelda nació en Madrid en el año del estreno de THX1138, "Muerte en Venecia y La naranja mecánica. Es periodista y está especializado en la dirección de documentales y reportajes de largo formato. Ha presentado y dirigido programas radiofónicos de crítica de cine y disecciona la Historia del Séptimo Arte en decenas de rebanadas dentro del blog La vuelta al cine en diez películas.

Ha impartido cursos y masters en varias universidades de Madrid y actualmente es miembro de la Academia de Televisión. Ha escrito, dirigido y estrenado un par de obras de teatro, El casting y La película de tu vida, y desde 2001 (es casualidad la fecha, coincidente con el nombre de su película favorita) compone bandas sonoras para cortos y cabeceras de televisión. Actualmente está escribiendo una novela titulada El paciente cinéfilo.

Kubrick, Wenders, Tarkovski, Ozu, Kurosawa, Dreyer, Truffaut, Hitchcock, Ford y Lang, le han enseñado a desconfiar de la impostura en el Séptimo Arte y a discriminar la paja del grano.

Ama el sonido de su Fender Stratocaster casi con la misma intensidad que La palabra, Los siete samuráis y La delgada línea roja.

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