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28 de septiembre de 2013

John Lenon estuvo aquí

por Andrés Robles


Comience este texto con una confesión, doble para más inri: el que ahora escribe tiene serios problemas con el director y el protagonista de la cinta objeto de la crítica que van a leer a continuación. Por el primero, David Trueba, siento un cierto rechazo debido -supongo- a que me hace recordar al compañero sabelotodo y repelentillo que cada uno de nosotros teníamos de pequeños en clase. Con el segundo, Javier Cámara, me ocurre que, aun reconociendo su eficacia y buen hacer, suelo ver al actor por encima del personaje, lo que con frecuencia hace que no conecte con la historia que pretende contarme. Entenderán pues que mi predisposición al entrar a ver Vivir es fácil con los ojos cerrados (España, 2013), película estrenada dentro de la sección oficial de la 61 edición del Festival de San Sebastián, no era la idónea; lo hacía con pereza, con mucha pereza que poco a poco fue desapareciendo gracias a que esta good feeling movie sabe cómo meterse al espectador en el bolsillo desde bien temprano.

Antonio -Cámara- es un profesor atípico para la España de los años sesenta; enseña inglés a sus alumnos usando las canciones de los Beatles. Es por ello que cuando se entera de que John Lennon está en Almería rodando la antibelicista Cómo gané la guerra (Richard Lester, 1967), no duda en partir hacia el Sur para hacerle a su ídolo una atípica proposición. En su camino se topará con Belén, joven huida de un internado para madres solteras, y Juanjo, un adolescente que se ha fugado de casa tras una discusión con su padre. Con tales piezas Trueba compone una película amable y tierna, naíf en cierto sentido, aun cuando en algunos pasajes no evita reflejar directamente la pobreza y la miseria de esa Almería olvidada por el régimen franquista -sirva como ejemplo ese niño que no entiende por qué le regalan un balón de fútbol en vez de algo que echarse a la boca-.


Sin lugar a dudas, lo mejor de Vivir es fácil es Antonio, ese personaje positivo, vitalista y divertido que como los buenos maestros siempre está enseñando algo, siempre está intentando imprimir en sus jóvenes compañeros de viaje valores útiles para el mañana. Es el profesor que todos habríamos querido tener y Cámara lo afronta desde el cariño, con mimo; eso se nota y da sus frutos: su composición resulta entrañable y conmovedora. Más que correcta está por su parte Natalia de Molina como una joven que, a pesar del miedo, se niega a aceptar el destino que otros han decidido por ella. Se enfrenta a su primera protagonista con naturalidad y frescura aun cuando en algunos momentos olvide el origen de su personaje para perder como por arte de magia el acento andaluz. El tercero en discordia, Francesc Colomer -el niño que Agustí Villaronga descubriera en su dura Pa negre (2010)-, está por debajo de sus dos compañeros y su trabajo resulta quizá algo soso aunque sin llegar a desmerecer el conjunto.

De la mano de este trío asistiremos con gusto y una sonrisa permanente al despertar sexual de Juanjo, a la incipiente madurez de Belén y sobre todo a la empecinada búsqueda del maestro. Todo ello filmado con un exquisito gusto donde cada elemento -la efectiva dirección artística de Pilar Revuelta, la cálida fotografía de Daniel Vilar, los temas musicales de Pat Metheny, el vestuario de la veterana y habitual de la familia Lala Huete- se integra sin chirriar ni destacar por encima del resto pero cumpliendo perfectamente su función en el engranaje.

En tiempos tan oscuros como los que vivimos hacen falta películas luminosas como Vivir es fácil con los ojos cerrados, un canto a la libertad y la necesidad de perseguir los sueños, a no dejar que decidan por nosotros, y a la vida, sobre todo a la vida.
  • Vivir es fácil con los ojos cerrados

  • Título original:
    Vivir es fácil con los ojos cerrados

  • Dirección:
    Vivir es fácil con los ojos cerrados

  • Año de producción:
    2013

  • Nacionalidad:
    España

  • Duración:
    108

  • Género:
    Drama

Andrés Robles

Paisano de Lola Flores y Bertín Osborne - ahí es nada -, Andrés Robles nació el año en que Superman alzaba el vuelo en la gran pantalla. Asegura que uno de sus primeros recuerdos de infancia es la visión de una serpiente atravesando el tacón de Marion en el Pozo de las Almas y nunca ha entendido del todo qué le ve la gente a esa galaxia "muy, muy lejana".

Licenciado en Historia del Arte y especializado en Patrimonio y Gestión Cultural - tiene hasta un máster el muchacho -, dedica todas las horas que puede a esa pasión que comenzó en un cine de verano viendo a un arqueólogo con látigo y sombrero. Desde entonces no concibe una existencia sin salas oscuras y celuloide.

Como buen crítico de cine, nunca ha escrito ni dirigido nada, y se limita a destruir el trabajo que otros han realizado con toda su ilusión - a veces hace alguna reseña buena, pero son las menos -.

Habiendo conseguido fama, fortuna y gloria hablando de lo que no sabe en esta santa casa, sus próximos objetivos vitales son tener el pelazo de Carlos Pumares y la mala uva de Carlos Boyero.

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