El multipremiado director alemán Michael Haneke vuelve con otra de sus historias marca de la casa, avalada por la Palma de Oro en Cannes, el premio FRIPRESCI y el casi seguro premio del público del Festival de San Sebastián.



En esta ocasión nos cuenta la historia de un matrimonio de ancianos (Jean-Louis Trintignant y Emmanuelle Riva), cuya vida siempre ha estado ligada a la música y al amor que se profesan. Un amor que se ha ido curtiendo a lo largo de los muchos años que llevan juntos y que un buen día se pone a prueba cuando a ella le da un ataque que deja la mitad de su cuerpo paralizado - y múltiples secuelas más- pasando a ser absolutamente dependiente de los cuidados de su marido.

Ese es el amor que Haneke nos quiere enseñar: el del sacrificio, el del sufrimiento. Durante las casi dos horas de metraje, vemos a esa pareja (que podrían ser los abuelos de cualquiera de nosotros) en su vida cotidiana, en su propio mundo. Un mundo que poco a poco se va a haciendo más y más pequeño: de la ciudad a la casa y de la casa a la cama de la habitación en la que ella queda postrada.

Haneke consigue que nos acerquemos a ellos desde el primer momento gracias a esa cámara fija tan característica de su estilo. Nos atrae a ser voyeurs de su rutina diaria y lo hace de la forma más simple: dejándonos estar allí, presentes en sus triviales conversaciones de desayuno. Incluso cuando la fatalidad cae sobre ellos, seguimos siendo unos mirones en los momentos más íntimos y vulnerables, como en las escenas del baño.

Pero, por supuesto, Haneke no se queda ahí. Conocido por una filmografía agresiva y directa que no deja indiferente a nadie (El video de Benny, Caché, Funny Games o La cinta blanca, todas de visionado imprescindible), en Amour también consigue dejarnos sin aliento. Logra hacernos reír, que todo fluya suavemente, y cuando más cómodo te sientas en la historia y con los personajes... llega el hachazo. Y en Amour llega. Y tanto que llega...