crónica

02.10.2017

Concheando 2017. Crónicas desde San Sebastián. Miércoles, jueves y viernes

por Andrés Robles

Miércoles

Cinco, amigos. Hoy he visto nada menos que cinco películas. Pero no se alarmen. Por la salud mental de todos -especialmente la mía- me ceñiré como siempre a lo acontecido en Sección Oficial.

Mediaset vuelve a sacar su artillería pesada con El secreto de Marrowbone, superproducción fuera de concurso a cargo de Sergio G. Sánchez, guionista de El orfanato o Lo imposible, destinada a romper taquillas y taladrar nuestras mentes con esa promoción masiva tan típica del grupo italiano.

Altos valores de producción y un batiburrillo de referencias para una cinta muy en la línea de la factoría Bayona, en la que precisamente se echa en falta el empaque visual y el manejo de las emociones del páter -aquí sólo en labores de producción-. Pese a resultar entretenida y funcionar el relato de esos huérfanos aislados del mundo y amenazados por una presencia misteriosa durante gran parte del metraje, Sánchez decide cargarse su película en el último acto con giros imposibles y alguna que otra situación que sobrepasa el mayor de los ridículos. Todo lo anterior se olvida y el espectador se queda con la sensación de estar frente a un cuadro que ni los de La Chunga -que el Señor tenga en su Gloria-.

Tras ello, y volviendo a la competición, hemos visto una de, ahí es nada, gitanos rumanos mariquitas, perdón, homosexuales -hoy cierta persona me ha indicado que el hecho de ser yo mismo gay colegiado y con papeles no me da derecho a usar según qué términos-.

Hablando ya en serio, en Soldiers. Story from Ferentari Ivana Mladenovic huye de los tópicos del género queer para contar la historia de amor y dependencia entre un exconvicto romaní y un profesor que prepara una tesis sobre música popular en un barrio marginal de Bucarest. Aunque no le habría venido mal algo de contención al metraje y su tramo medio resulta un tanto reiterativo, el film destaca por la perfecta composición de sus protagonistas y destila verdad. Otro ejemplo más de la buena salud del cine rumano que, como Pororoca, podría arañar premio para en el apartado interpretativo.

La última del día ha sido La vida y nada más, coproducción hispano estadounidense dirigida por Antonio Méndez Esparza sobre una mujer negra que lucha día a día por sacar adelante a su familia y la relación con su hijo, un chaval que no encuentra su lugar en el mundo. El problema con la cinta ha sido mío y sólo mío. A las alturas del pase el cansancio hacía mella y no he logrado entrar a fondo en un relato reseñable por su ausencia total de impostura.
La vida y nada más
La vida y nada más


Jueves

Con el jueves ha llegado la comedia y no saben cómo lo ha agradecido servidor, que con tanta tragedia se muere por llegar a casa y hacerse un maratón con las pelis más chorras de Sandra Bullock o Adam Sandler -bueno, no. De ese nunca-.

Si en la magistral Ed Wood Tim Burton nos presentó al peor director de la historia del Cine, en The disaster artist James Franco hace lo propio con el rodaje de The room, la que está considerada como la peor película de todos los tiempos -y miren que el citado Sandler tiene un arsenal rico, rico-.

Puede resultar discutible la inclusión de la cinta en la primera liga del festival, pero pocas dudas habrá sobre lo efectivo de esta divertida propuesta que revela a Franco como un director a tener en cuenta dentro del panorama hollywoodiense. Muchas risas con situaciones que, por irreales que parezcan, son fieles a la realidad -impagable la comparación con el original durante los créditos finales- y un personaje tan marciano como enigmático que Franco imita a la perfección.

En un registro diametralmente opuesto, la segunda del día ha sido Beyond words de Urszula Antoniak. Cuidadísima fotografía en blanco y negro y cierto abuso de los clichés del cine de autor -¿en serio es necesario tanto primer plano de actores mirando a cámara con ojos lánguidos?- en este reencuentro de un joven inmigrante polaco, abogado de éxito en Berlín, con un padre al que prácticamente no conoce. Un daddy issues bien contado que me pierde cuando Antoniak se pone estupenda y recurre a metáforas crípticas -por no decir pomposas- para hablar de integración e inmigración.

Viernes

La televisión irrumpe en el festival con La peste -En Zabaltegi ha podido verse también la temporada completa de Vergüenza de Juan Cavestany y Álvaro Fernández Armero-. Sección Oficial fuera de concurso para esta producción creada por Alberto Rodríguez y su habitual colaborador Rafael Cobos, de la que se han proyectado dos de los seis capítulos que la compondrán, dejando a todo el mundo con ganas de más. De mucho más.

La peste
La peste

Su apabullante recreación de la Sevilla del XVI y secuencias que el propio Rodríguez reconoce haber planteado para ser vistas en pantalla grande envuelven un entretenidísimo relato de aventuras e intriga que, al igual que ya hiciera La isla mínima, esconde entre sus múltiples capas un reflejo de la sociedad actual, de la corrupción y el inmovilismo de nuestra clase gobernante.

Y con Der Hauptmann (El capitán) servidor ha entregado por fin la cuchara. Basada en hechos reales, en la cinta del alemán Robert Schwentke acompañamos a un joven soldado que, haciéndose pasar por oficial, acabó reclutando a un grupo de desertores con los que saqueó y mató a sus anchas durante los últimos coletazos de la II Guerra Mundial. Un acercamiento -otro más- a la barbarie del Nazismo muy depurado en lo estilístico y profundamente incómodo de ver por sus altas cotas de crueldad. Aunque en determinados momentos pierde fuelle, en conjunto supone una obra poderosa que consigue colarse entre las mejores de la competición.

Andrés Robles

Paisano de Lola Flores y Bertín Osborne - ahí es nada -, Andrés Robles nació el año en que Superman alzaba el vuelo en la gran pantalla. Asegura que uno de sus primeros recuerdos de infancia es la visión de una serpiente atravesando el tacón de Marion en el Pozo de las Almas y nunca ha entendido del todo qué le ve la gente a esa galaxia "muy, muy lejana".

Licenciado en Historia del Arte y especializado en Patrimonio y Gestión Cultural - tiene hasta un máster el muchacho -, dedica todas las horas que puede a esa pasión que comenzó en un cine de verano viendo a un arqueólogo con látigo y sombrero. Desde entonces no concibe una existencia sin salas oscuras y celuloide.

Como buen crítico de cine, nunca ha escrito ni dirigido nada, y se limita a destruir el trabajo que otros han realizado con toda su ilusión - a veces hace alguna reseña buena, pero son las menos -.

Habiendo conseguido fama, fortuna y gloria hablando de lo que no sabe en esta santa casa, sus próximos objetivos vitales son tener el pelazo de Carlos Pumares y la mala uva de Carlos Boyero.

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