crónica

30.09.2018

Concheando 2018. Crónicas desde San Sebastián. La última y nos vamos

por Andrés Robles

Se acabó. Alexander Payne, Rossy de Palma y el resto de la cuadrilla dictaron sentencia. De nada sirven ya las apuestas de críticos reputados y blogueros de tres al cuarto -entre los que por supuesto me incluyo- que el sábado por la mañana nos afanábamos en confeccionar listas con nuestras predilectas como el que escribe la carta a Sus Majestades de Oriente pero en versión cinéfila.



Variedad más que calidad

Antes de analizar el veredicto de sus señorías -madre mía, voy a tener que dejar de ver The good wife antes de escribir porque la metáfora se me está yendo de las manos-, toca hacer balance de una edición que, lo hemos repetido hasta hartarnos, no ha sido todo lo memorable que pintaba en un principio. Ni siquiera hemos tenido nada rematadamente malo que diera salseo al asunto y, salvo honrosas excepciones, la selección se ha movido en una discreta corrección para sopor y desespero de los presentes.

Sí ha tenido, sin embargo, un elemento digno de elogio: la variedad de propuestas. La Sección Oficial ha apostado fuertemente por el cine de género, evitándonos así el trance de tener que soportar en exceso la típica producción de corte marcadamente festivalero que, reconozcámoslo, tiene mucho de fórmula y muy poco de entretenimiento las más de las veces.

Con todo, el batiburrillo no ha terminado de cuajar -una pizza con piña sigue siendo incomible por más que el ingrediente de marras intente dar una nota de exotismo al conjunto-. Han pinchado el cine de época -la acartonada Le cahier noir (The black book) o la plúmbea Angelo¬- y el terror de serie B -In fabric, que, eso sí, tiene a su favor el hecho de ser la única obra que generado debate-; la ciencia ficción nos ha reportado luces -High life- y sombras con tufillo a Coelho -Vision-; y la acción se ha quedado en tierra de nadie pese a los esfuerzos de Illang: the Wolf Brigade y Alpha, the right to kill.

En cuanto al panorama patrio, ya lo hemos venido contando estos días. Carlos Vermut se ha confirmado, por si no había quedado claro ya, como uno de los directores más personales y sugerentes de nuestro cine; Isaki Lacuesta nos ha brindado una obra magna de esas que se agarran al corazón y a la memoria; Icíar Bollaín ha vuelto a demostrar su exquisita sensibilidad para contar historias; y Rodrigo Sorogoyen ha demostrado que sigue teniendo el buen pulso para el thriller que nos descubrió en Que Dios nos perdone.



¿Palmarés de consenso o poco donde escoger?

Pocas objeciones ha provocado el palmarés porque pocas cintas levantaron pasiones, siendo lo más cuestionable la ausencia de Quién te cantará, cinta que muchos daban como vencedora y que ha tenido que conformarse con el Feroz Zinemaldia, y el Premio Especial del Jurado, que ha ido a parar a la anodina Alpha, the right to kill. Choca además el ex aequo que han obtenido los guiones de Yuli y L'homme fidèle (A faithful man), máxime cuando, en el caso de la segunda, la dispersión del libreto acaba penalizando al film desde el tramo medio en adelante.

Donde sí estamos (casi) todos de acuerdo es con el triunfo de Entre dos aguas, segunda e incuestionable Concha de Oro para Isaki Lacuesta que no ha tenido que soportar en esta ocasión los abucheos que escuchó con la divisiva Los pasos dobles; Blind spot, cuya protagonista, Pia Tjelta, sonó desde el momento de la proyección como firme candidata a mejor actriz; y Rojo, que ha conseguido los galardones a mejor fotografía, dirección -Benjamín Naishtat- y la Concha de Plata para Darío Grandinetti, contentando a los que desde el principio supieron leer su profundo subtexto.

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Andrés Robles

Paisano de Lola Flores y Bertín Osborne - ahí es nada -, Andrés Robles nació el año en que Superman alzaba el vuelo en la gran pantalla. Asegura que uno de sus primeros recuerdos de infancia es la visión de una serpiente atravesando el tacón de Marion en el Pozo de las Almas y nunca ha entendido del todo qué le ve la gente a esa galaxia "muy, muy lejana".

Licenciado en Historia del Arte y especializado en Patrimonio y Gestión Cultural - tiene hasta un máster el muchacho -, dedica todas las horas que puede a esa pasión que comenzó en un cine de verano viendo a un arqueólogo con látigo y sombrero. Desde entonces no concibe una existencia sin salas oscuras y celuloide.

Como buen crítico de cine, nunca ha escrito ni dirigido nada, y se limita a destruir el trabajo que otros han realizado con toda su ilusión - a veces hace alguna reseña buena, pero son las menos -.

Habiendo conseguido fama, fortuna y gloria hablando de lo que no sabe en esta santa casa, sus próximos objetivos vitales son tener el pelazo de Carlos Pumares y la mala uva de Carlos Boyero.

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