crónica

26.04.2016

Crónicas malagueñas. Día 3, domingo

por Andrés Robles

Domingo, 8:15 a.m. Me topo con un grupo de Erasmus que vuelven de algún garito. El sueño hace mella y sus caras no distan mucho de la mía: figurantes salidos de un capítulo de The walking dead. La única diferencia, más allá de la tasa de alcohol en sangre, es que ellos van buscando cama y yo -para variar- voy buscando cine.

Así ha comenzado este día cuyo balance ha sido más que positivo aunque aún esté por llegar la peli del festival.

La ración diaria de Sección Oficial ha comenzado con El rey tuerto, adaptación de la obra teatral del mismo nombre dirigida por su propio creador, Marc Crehuet. Y precisamente es la literalidad con la que acomete la misma, lo único que se le puede achacar a esta ácida comedia que enfrenta a un antisistema con el policía que le dejó el ojo a la virulé. Por lo demás estamos ante una inteligentísima mirada a la puñetera realidad que vivimos, que no renuncia a la chicha del tema entre carcajada y carcajada, y que tiene su principal baza en un desternillante Alain Hernández.


Por su parte, Manuela Burló Moreno repite experiencia en el festival y compite por segundo año consecutivo tras la nefasta Cómo sobrevivir a una despedida. Por suerte, Rumbos ha supuesto su redención. Moreno abandona la impersonalidad -y poquita gracia- de su primer largo para aproximarse, con esta cinta de vidas cruzadas al volante, a lo visto en Pipas. No todas las historias que la componen -como casi siempre en este tipo de films- tienen el mismo interés, pero ninguna chirría ni llega a hacer que el ritmo se resienta, y más de una conmueve -para eso están Karra Elejalde o el entrañable camionero interpretado por Fernando Albizu-.

Otro reincidente es Juan cavestany, cuya Gente de mala calidad optó a la Biznaga de Oro en 2008. En esta ocasión dirige, junto a Julián Génisson y Pablo Hernando, Esa sensación, la película Zonazine del día.

Tres historias independientes, fusionadas sólo a través del montaje, que por momentos me han hecho añorar a los guirufos zombis de esta mañana. No me habría venido mal su tasa de alcohol e incluso algún que otro opiáceo para soportar al hijo que descubre la secreta conversión, cual Pablo caído del caballo, de su padre; el virus que al contagiársele a uno, le hace decir cosas fuera de tono en el momento más inapropiado -yo, por cierto, debo estar infectado hasta las trancas-; y los amoríos de una señorita con objetos inanimados -que le ponen los parquímetros y los bajos de un puente, vamos- y nos parecía raro lo de Kiki. Una historia de amor-. Ya les digo, yo aún estoy en shock, pero no les extrañe que acabe ganando porque rara es un rato.

Para despejarme, me he pegado una escapadita a Cortometrajes Málaga, sección en la que esta casa ha estado maravillosamente representada por Abre fácil de Álvaro Carrero, y lejos ya de alfombras y pantallas, he cerrado el día con una cubatilla a la salud de los Erasmus marchosos y de Santi Amodeo, que ha recogido su flamante Premio Eloy de la Iglesia.

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Andrés Robles

Paisano de Lola Flores y Bertín Osborne - ahí es nada -, Andrés Robles nació el año en que Superman alzaba el vuelo en la gran pantalla. Asegura que uno de sus primeros recuerdos de infancia es la visión de una serpiente atravesando el tacón de Marion en el Pozo de las Almas y nunca ha entendido del todo qué le ve la gente a esa galaxia "muy, muy lejana".

Licenciado en Historia del Arte y especializado en Patrimonio y Gestión Cultural - tiene hasta un máster el muchacho -, dedica todas las horas que puede a esa pasión que comenzó en un cine de verano viendo a un arqueólogo con látigo y sombrero. Desde entonces no concibe una existencia sin salas oscuras y celuloide.

Como buen crítico de cine, nunca ha escrito ni dirigido nada, y se limita a destruir el trabajo que otros han realizado con toda su ilusión - a veces hace alguna reseña buena, pero son las menos -.

Habiendo conseguido fama, fortuna y gloria hablando de lo que no sabe en esta santa casa, sus próximos objetivos vitales son tener el pelazo de Carlos Pumares y la mala uva de Carlos Boyero.

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